El servidor público “malo”, entendido como un adjetivo que indica que alguien no se comporta como debe ser, de valor negativo y sugerente que es falto de las cualidades que cabe atribuirle por su naturaleza, función o destino, puede demostrar un rango de características negativas o comportamientos que le impiden ser efectivo y que, al contrario, daña al interés público.
Entre estas características está la incompetencia, que se manifiesta como la carencia de conocimientos, habilidades o calificación requerida para desempeñar sus actividades. Esta incompetencia se traduce en una toma de decisiones muy pobre y un manejo inadecuado de recursos. De igual manera encontramos la ineficiencia, que acompaña a esas personas que fallan al querer llevar a cabo sus responsabilidades en tiempo y de una manera costo -efectiva, lo que resulta en retrasos, dispendio de recursos y resultados sub óptimos para el público.
Así mismo, carecen de la capacidad de ubicarse de manera activa ante una situación problemática, haciéndoles difícil el tomar responsabilidad por sus acciones y decisiones y suelen además transferir la culpa a otros. Por lo anterior, resisten mecanismos de transparencia y rendición de cuentas, haciendo sumamente difícil el ser sujetos a materia de juicio. No es raro además que se comporten de manera anti ética, participando en actividades de corrupción, robo, nepotismo o favoritismo, lo que va en detrimento de la confianza pública y la integridad de las instituciones.
Otra característica es la de ser poco accesibles (a veces inalcanzables) para atender las inquietudes o reclamos de las poblaciones, además de ser renuentes a escuchar y menos aceptar retroalimentación, lo que sumado a pobres habilidades de comunicación (en el entendido que comunicar no es simplemente hablar como merolico), conduce frecuentemente a malos entendidos, confusión y frustración.
Algo más que los hace peculiares a los malos servidores públicos, es que no apelan a servir al interés general de manera imparcial, sino que atienden en mayor medida a su interés o filiación política. Además, son sesgados, favoreciendo a grupos o partidos específicos, lo que compromete la equidad y justicia de sus acciones. Es notorio también que el cambio no es parte siquiera de su vocabulario y en ambientes dinámicos como los de la realidad actual, detienen el progreso e innovación, resisten la adopción de nuevas tecnologías, mejores prácticas o reformas que puedan beneficiar al público. La inflexibilidad y el poco deseo de adaptarse reducen sus habilidades para responder eficientemente a las necesidades del público siempre en evolución.
Parte también de su mal funcionamiento como servidores, es la incapacidad para desarrollar y aplicar presupuestos y destinar recursos, alejando los mismos de los programas que atienden las verdaderas necesidades de las poblaciones.
Al final, un mal servidor público es alguien negligente, incapaz de desempeñar de manera cabal su labor, falto a cumplir con sus responsabilidades y obligaciones, dañando de manera sustantiva a comunidades, regiones e incluso naciones enteras.
Desafortunadamente, vienen las épocas en las que estos malos servidores públicos se postulan para ocupar cargos de gobierno y evolucionan a una forma aún más dañina, puesto que serán incapaces de volcarse en seres íntegros, transparentes y eficientes, con un impacto mayúsculo al magnificarse esa capacidad de hacer daño a los intereses y necesidades de los ciudadanos. Como población, habrá que estar atentos y tomar las mejores decisiones.

Médico Patólogo Clínico. Especialista en Medicina de Laboratorio y Medicina Transfusional, profesor de especialidad y promotor de la donación voluntaria de sangre.   
 

RAA

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