En un video inicial de la nueva guerra en Medio Oriente, un militante del grupo islámico  Hamás, el brazo armado palestino que combate a Israel, lleva un rifle de asalto y grita exultante: “Allahu Akbar”, Dios es Grande o el más Grande. Celebra el ataque y el sufrimiento de sus víctimas. A un lado compañeros arrastran el cuerpo de una mujer que fue secuestrada y violentada desde Israel. Lo han hecho con muchas más mujeres, hombres y niños, ensañados con el odio albergado por décadas, desatado en un sólo golpe el sábado.

En pocas horas vemos otra fotografía del New York Times. La respuesta del ejército israelí, declara con cañonazos, que habrá ojo por ojo y diente por diente. Una madre palestina llora hincada frente al cuerpo ensabanado de su hijo muerto. Un niño de 9 años o menos, ve compungido la escena de quien puede ser su padre o hermano muerto. Desgarran el alma las dos imágenes.

En pleno Siglo XXI la única idea que tienen los árabes radicales como solución a sus conflictos con los judios es la destrucción total de Israel. Para Israel el único camino es sobrevivir a cualquier ataque. Dedican todo el tiempo desde las guerras de los Seis Días en 1967 y la del Yom Kipur hace 50 años a fortificar su país para evitar lo que ellos llaman el “segundo ataque”, o incluso el primero si es nuclear.

Sabemos que no tenemos una segunda oportunidad si permitimos que nos ataquen con armas nucleares, comentaba un guía ortodoxo en Jerusalén. Heridos desde la fundación de Israel, los palestinos desplazados de sus tierras y lo que podría ser su nación, no encuentran paz en ese rincón llamado ‘Franja de Gaza’. Su fanatismo religioso los acompaña para combatir con la creencia falsa de que Dios está de su lado, de que hay guerras ‘santas’ por pelear aún a pesar de la desdicha y el sufrimiento de millones de inocentes.

El sábado 7 – día de celebración religiosa-  fue el equivalente al 11 de septiembre del 2001, cuando el terror llegó a Nueva York volando en aviones secuestrados. La sorpresa, en ambos casos, fue descuido o incompetencia de los servicios de inteligencia. Distraídos en pugnas internas, ciudadanos y políticos israelíes perdieron la brújula. Ahora tendrán que enfrentar una guerra impredecible.

La complejidad viene de Irán, quien arma y alienta a Hamás. Viene también desde Rusia porque “los enemigos de mis enemigos son mis amigos”. Si EEUU defiende a Israel e Irán apoya al grupo Hamás, el conflicto puede escalar. 

Israel no pudo detener el ataque porque no tenía información de que vendría y no la tenía porque Hamás armó todo sin el uso de internet o medios electrónicos. Con un plan orquestado durante meses, sus mensajes fueron siempre verbales, con correos de boca en boca, algo inusitado en nuestro tiempo. 

Lo que sigue no será decidido por Alá ni por Yahvé sino por la fuerza del estado israelí y el grado de involucramiento de la liga de países árabes. Para México sólo queda una respuesta: condenar el ataque de Hamás y pedir que el conflicto termine, algo que no sucederá pronto. 

Gsz

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