El presidente López Obrador dijo que quiere ser neutral. Ya lo repitió dos días seguidos. No condena al grupo extremista palestino Hamás. No le llama terrorismo a la masacre de civiles el fin de semana en Israel. No lo hizo cuando circularon las primeras imágenes de los terroristas acribillando a los jóvenes en un festival de música que, por cierto, era en favor de la paz. No lo hizo tampoco cuando se difundió -por el gobierno mismo- que había mexicanos entre los rehenes de Hamás, a los que amenazaba con matar uno por uno, en la vía pública. Tampoco lo hizo después de que circularon los videos del horror: en Kibutz Kfar Aza, un asentamiento judío, los milicianos de Hamás decapitaron a 40 bebés.
¿Se puede ser neutral ante esta barbarie? ¿A las cuántas cabezas de bebés rodando por el piso dejamos de ser neutrales? ¿A los cuántos niños masacrados ya cuenta como terrorismo? ¿A los cuántas mujeres asesinadas -sus cuerpos paseados en la calle como trofeo- ya merece la condena directa? ¿Cuántos mexicanos tienen que ser tomados como rehenes, o de qué ideología deben ser estos mexicanos, para que el presidente les llame a las cosas por su nombre? ¿Por qué le resulta tan difícil decirle terrorismo al terrorismo? ¿Qué está esperando López Obrador para hablar con firmeza y energía del terrorismo de Hamás?
¿O es porque la víctima es Israel? ¿Es porque Israel es aliado de Estados Unidos? ¿Es porque la mayoría de las víctimas profesan la religión judía? ¿Se calla porque en su mirada conspiratoria al mundo, los malos son los gringos y los judíos? ¿Por eso tampoco condenó a Rusia tras la invasión a Ucrania, porque antes ser soviético que yanqui? ¿Por eso desdeñó la pandemia, porque le pareció una conspiración de las farmacéuticas?
Porque no diga que es por el principio de no intervención. Este es el presidente que se puso del lado de Donald Trump cuando acusó de fraude electoral a Joe Biden. Este es el presidente que condenó al gobierno de Bolivia cuando la presidenta Yanine Áñez persiguió a Evo Morales. Es el que sigue sin reconocer a Dina Boluarte como presidenta de Perú porque sacó a su amigo Pedro Castillo. Es el que se puso del lado de Nicolás Maduro cuando Juan Guaidó le disputó la presidencia de Venezuela. Que no nos venga con el cuento de la no intervención. No es solo una contradicción. Es una abierta hipocresía.
Es cierto, en México somos pacifistas. Eso de ninguna manera choca con indignarse y desaprobar contundentemente una situación tan atroz como la que Hamás propinó a Israel y a una docena de naciones, entre ellas México, que tienen ciudadanos entre las víctimas.
La neutralidad legitima al agresor. AMLO lo hizo con Rusia y ahora con Hamás. Y lo siguen, como borregos sin ideas propias, su candidata presidencial, el vocero de ella, sus gobernadores, sus legisladores, su pléyade de propagandistas y aduladores. Todos, alineados a la “política exterior” que dicta López Obrador. Una política exterior que se ha vuelto el reflejo de las teorías de la conspiración que anidan en la pre-moderna cabeza del presidente de México.
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