En los años de la guerra civil romana, Marco Junio Bruto o “Brutus”, educado en una férrea moralidad republicana y definido como un portador de carácter puro e íntegro por otro gran personaje como Plutarco, fue convocado por Casio para conspirar contra César. Así, Brutus se reunió con otros senadores para fraguar una de las más grandes traiciones de la historia: ultimar al emperador el 15 de marzo del año 44 a.C.
Sirva este pequeño pedazo de historia, como una metáfora para reflejar lo que ocurre con las enfermedades autoinmunes, en las cuales, el sistema inmunitario, otrora designado para reconocer lo propio y diferenciarlo de lo ajeno para protegernos contra agentes nocivos, comienza a atacar a las propias células y tejidos de los individuos, lo que conlleva a varios problemas de salud, muchos de ellos de carácter crónico. Desde la perspectiva de alguien que vive con una enfermedad autoinmune, se puede tener la percepción de que este sistema se ha volcado en contra y por eso el sentimiento de traición.
Al día de hoy, las enfermedades autoinmunes (por ejemplo la Artritis Reumatoide, Lupus Eritematoso Sistémico, Esclerosis múltiple, Miastenia, Síndrome de Guillain Barré, entre otros) representan un desafío mayúsculo para los servicios de salud pública, puesto que presentan características muy particulares y tienen contextos sumamente diversos. En primer lugar, son de alta complejidad y heterogeneidad, cada una con una patofisiología y presentación clínica únicas, lo que representa un desafío para diagnosticar y tratar estos padecimientos de manera efectiva. Por lo anterior, existe en multitud de ocasiones un diagnóstico tardío, ya que la mayoría de estas enfermedades tiene síntomas vagos e inespecíficos que pueden “mimetizarse” con otras condiciones, lo que conduce también a diagnósticos erróneos.
Así mismo, no existen biomarcadores específicos para cada una de las enfermedades autoinmunes que permitan hacer de manera sencilla un diagnóstico o monitoreo eficientes y si bien se han tenido progresos en el desarrollo de pruebas diagnósticas, no existen aún los estándares de oro para establecer los mecanismos de diagnóstico, tratamiento y pronóstico puntuales.
Otro desafío es el de los síndromes adicionales traslapados, puesto que al atacar de manera simultánea a varios tejidos y órganos (como ocurre en gran parte de estos padecimientos) es sumamente complicado para el clínico identificar la causa primaria de la problemática. Es común también que las enfermedades autoinmunes tengan un curso de enfermedad variable, con desenlaces impredecibles y periodos de exacerbación y calma alternados, lo que conlleva a la dificultad de determinar la más apropiada estrategia de tratamiento para cada paciente en particular.
Es notorio además que los tratamientos como son las terapias biológicas e inmunosupresores, tienen un abanico amplio de efectos secundarios y reacciones adversas, lo que hace de altísima complejidad el balancear los beneficios contra los riesgos potenciales al administrarlos, sin olvidar que los costos asociados a los medicamentos y atención sanitaria son elevados y la accesibilidad no es universal.
Es por lo anterior que no se debe claudicar en los esfuerzos de investigación y desarrollo para hacer frente a estos desafíos, entendiendo que no hay una “solución universal”, sino que es necesario apostar a una medicina de precisión e individualizada. La colaboración entre proveedores de servicios de salud, investigadores, pacientes, industria farmacéutica, gobierno y sociedad civil, es fundamental para mejorar el acceso a diagnóstico, atención y tratamiento para estas enfermedades. Es tiempo.
Dr. Juan Manuel Cisneros Carrasco, médico patólogo clínico. Especialista en Medicina de Laboratorio y Medicina Transfusional, profesor de especialidad y promotor de la donación voluntaria de sangre.
RAA