XXIX domingo del tiempo ordinario
Domingo mundial de las misiones

Unos secuaces de los fariseos, junto con otros partidarios de Herodes, fueron enviados a Jesús para ponerle una trampa. Jesús está en Jerusalén, le aguarda el momento de su pasión, muerte y resurrección. Los enemigos siguen buscando pretexto para acusarlo y luego poder sentenciarlo a muerte. Para hacerlo caer le plantean una pregunta muy concreta y llena de astucia: “Dinos qué piensas: ¿Está bien o no pagar tributo al César?”. Si la respuesta era sí, se echaba encima a los que veían injusto pagar tributo a Roma, es decir, a un poder extranjero que les oprimía. Si decía que no se pagara, entonces se echaba encima a los herodianos que eran parte del poder romano y podrían acusarlo de sublevar a la gente contra el imperio.

Pero la sabiduría de Dios va mucho más allá; por eso, Jesús da una respuesta más profunda de lo que sus interlocutores esperaban: “Den, pues, al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”. Va más allá de los intereses de cada grupo; pues así es la fe, sobrepasa infinitamente las visiones de toda ideología. Denme una moneda, dice Jesús, ¿de quién es la imagen? Le responden: del Cesar; pues den al César lo que es del César. Que esa moneda marque hasta dónde tiene su dominio el César. Que el poderío terrenal marque sus alcances. En aquel tiempo se exigía que al César se le diera culto como a un dios; pues Jesús marca el límite, ahí ya no; al gobernador se le confía solo un alcance temporal, pero jamás debe sobrepasarlo.

Den “a Dios lo que es de Dios”. A Él le debemos la vida con toda su riqueza: nuestro cuerpo, sentimientos, pensamientos y todas las capacidades con que fuimos creados. A Dios le pertenece el universo entero, la historia, la eternidad y todo cuanto tenemos y somos. Por eso, a Él y solo a Él le debemos el culto. Y, además, con la dicha de que debiéndole a Él todas las cosas, Él mismo lo ha puesto todo en nuestras manos, para que libremente nos administremos.

Lo único que Él nos pide es la oportunidad de que nos siga amando e iluminando. Cuanto más se lo permitamos, más fácil evitaremos cometer tantos errores y, así, haríamos menos desorden. Con su ayuda administraríamos mejor lo que Él, con gran amor y sabiduría, ha hecho y puesto en nuestras manos.

Que el poder político no pretenda tomar decisiones sobre la misma vida humana, que es un valor absoluto, es decir, que es un valor muy superior al alcance político. El poder político alcanza hasta donde llegue la imagen del gobernante; el poder de Dios llega también hasta donde llega su imagen y su huella. La imagen del poder político se plasma en unas monedas y en unos títulos; la imagen de Dios se plasma en cada persona, en cada obra de sus manos. Y a donde no llega la presencia humana, ahí está Dios mismo.

Al celebrar el domingo mundial de las misiones, asumamos como tarea compartir esta dicha de poder dar a Dios lo que es de Dios, de poder consagrar a Él nuestra vida para ayudarle a que todos aprecien la dicha de pertenecer a Dios, de creer en su amor.

¡Señor, que apreciemos la imagen que has plasmado en cada uno de nosotros; ahí has querido patentizar la belleza de tu sabiduría y de tu amor! Que a ti te pertenezcan siempre nuestra inteligencia y nuestro entero corazón, todo nuestro ser.
 

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