Desde lejos no podemos sentir ni oler ni siquiera comprender el golpe que recibió Acapulco y Guerrero con el huracán “Otis”. Pocos seres humanos enfrentarán en su vida un viento superior a los 300 kilómetros. A esa velocidad, su fuerza tiene la energía suficiente para levantar un jet. Una persona que no tenga un asidero firme puede ser arrastrada como una hoja de papel.
El ruido que produce es ensordecedor, su violencia, suficiente para romper cristales, voltear autos y destruir construcciones débiles. Quienes vacacionaban en los hoteles nunca esperaron un cambio de clima de tal magnitud en tan poco tiempo. Tampoco los meteorólogos ni los encargados de protección civil. Menos el gobierno de Guerrero o el de la República, distraídos en la grilla electoral.
Las torres celulares de las compañías telefónicas debieron volar en pedazos por no estar diseñadas para resistir un huracán 5 de magnitud. Por fortuna los edificios de los grandes hoteles no cayeron por sus buenos cimientos, aunque no aguantaron las ventanas, puertas y paredes de tablaroca. El gran hotel Princess fue muestra de ello.
Tan sólo ver la destrucción del interior de la torre de control del aeropuerto nos da una idea del tamaño del meteoro. Es un golpe seco y demoledor para la economía de una ciudad de 1.4 millones de habitantes con sus zonas conurbadas. También para un estado envuelto en la violencia y la pérdida de buena parte de su territorio a manos del crimen organizado.
Lo inmediato es abrir las comunicaciones y restaurar la electricidad; carreteras, aeropuertos y telefonía son prioridad. Lo segundo es garantizar que todos los trabajadores registrados en el Seguro Social no pierdan su ingreso por causa de la destrucción de su fuente de trabajo. Incluso podrían reclutar para la reconstrucción de la ciudad y el puerto a los trabajadores eventuales. El gobierno tendrá que echar mano de todos los recursos para apoyar también a pequeñas y medianas empresas turísticas para que no sucumban como sucedió en la pandemia.
Pero no sólo será tarea de la Federación o del estado de Guerrero, sino también una gran cruzada ciudadana con apoyos de todo tipo. Agua, víveres, enseres domésticos y hasta mobiliario. Miles de autos y camiones quedaron inservibles. Desde el temblor de 1985 no habíamos tenido una tragedia como la de Acapulco.
Mucho podremos discutir la actuación del presidente López Obrador y sus secretarios de la Defensa y la Marina pero el tema del debate político es trivial frente a la realidad que enfrentará el puerto. Sería miserable tratar de obtener ventajas políticas con motivo de la desgracia. De las pocas cosas positivas que puede traer, es la solidaridad y la cohesión que siempre mostramos los mexicanos. Basta recordar el temblor de 1985 para valorar lo que podemos hacer juntos, unidos y sin distinciones.
Es muy temprano para conocer la dimensión del daño pero será de decenas de miles de millones de pesos. Eso solo en infraestructura y destrozos inmobiliarios, además estará la falta de ingresos turísticos mientras se repone. Pondrán a prueba la capacidad del gobierno de comprender la urgencia necesaria para que la tragedia metereológica no se convierta en un desastre social. Cuidado con eso. No hay que temer al toque de queda para evitar desorden y rapiña.
Por eso, Acuérdate de Acapulco.
Gsz