Por medio de un dramático artículo aparecido hace una semana en el diario El País, Francisco Villar, coordinador de un programa en Barcelona para la prevención del suicidio juvenil e infantil, afirmaba que el uso precoz de celulares y tabletas estaba directamente relacionado con “la pérdida de habilidades para afrontar la vida”, a lo que añade cifras escalofriantes: casi la mitad, es decir, el 48.9% de los jóvenes españoles han pensado alguna vez en suicidarse. 7 de cada 10 niños entre los 6 y los 12 años comen con una pantalla o una tablet delante. Una quinta parte de los menores de 10 años ya posee un teléfono inteligente. Por supuesto, la tierra de Cervantes no es una excepción. En América Latina no nos sorprende ver en un automóvil familiar o en cualquier espacio público a niños embebidos con algún programa infantil o deglutiendo sus “mugrets” en cualquier restaurante, privados de cualquier interacción con los adultos por obra y gracia de algún dispositivo digital. ¿Y los padres? No en vano reza el dicho popular que de tal palo tal astilla…

En este contexto conviene hablar de la novela más reciente de Rowena Bali, pergeñada a partir de las notas de la terapeuta Isela sobre la miserable vida del enano Gerzon. En una sociedad ficticia donde conviven gigantes, reinas, vampiros y personas de talla ínfima, el protagonista oscila entre las humillaciones vividas en la oficina donde labora y las juergas en busca de reinas por los antros de la ciudad imaginada. El mundo desplegado por Bali, extraño y a la vez demasiado familiar: la sensación de fracaso, la evasión de las responsabilidades y el desamparo de la niñez es el mismo. Al mismo tiempo que discurre la extraña relación entre la terapeuta y su paciente, se incuba la descomunal presencia del hijastro de Gerzon, sobrealimentado con leche y programas de tele hasta el punto de reventar los barrotes de una cuna incapaz de contenerlo. Hijo de la pantalla, huérfano de padres vivos, en sus ojos se refleja el logosímbolo de una televisora innombrable, como en lo ojos de las generaciones actuales puede hacerlo una manzana o un pequeño androide. 

Ante la inminente y en apariencia inevitable irrupción del biocontrol digital en Occidente, que eliminará sin cortapisas el uso del dinero en efectivo, la novela de Bali nos obliga a reflexionar si andamos el camino trazado para nuestra sociedad de una forma alegre y despreocupada, o si podemos imaginar alternativas para evadir un destino distópico que tantos oráculos literarios nos auguran. Preguntarnos cómo viviremos con los hijos de los monitores y qué habilidades requeriremos para afrontar esa nueva vida… 

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