Nada se edifica sobre la piedra, todo se edifica sobre la arena, pero nuestro deber es edificar como si fuera piedra la arena”.
Jorge Luis Borges, “Fragmentos de un evangelio apócrifo”
Se ha cumplido una semana del embate de Otis en Acapulco y empieza a cerrarse el primer capítulo de la tragedia. Viene, sin embargo, el capítulo más complejo y prolongado, el de la reconstrucción.
Repartir decenas de miles de despensas o dinero en efectivo puede ser un paliativo de corto plazo, pero la reconstrucción necesita surgir de una reactivación económica que genere empleos en este municipio, que en 2020 tenía 779,556 habitantes y cuya principal actividad es el turismo.
¿Qué se necesita para empezar? Electricidad y agua, pero también seguridad. La destrucción provocada por los vientos huracanados de Otis fue enorme, pero la del pillaje fue quizá más dañina. Si no hay seguridad será imposible reanudar la actividad económica.
Alejandro Martínez Sidney, presidente de la Canaco-Servytur de Acapulco, me dijo ayer en radio: “La rapiña acabó con todo”. Señaló que grupos de la delincuencia organizada están recorriendo las calles en motocicletas buscando la mercancía robada para robarla una vez más. Sugirió incluso un toque de queda “para que podamos irle bajando a la inestabilidad social”. Como ya no hay mercancías que robar, y los saqueadores destruyeron hasta las instalaciones de los comercios, ahora buscan entrar a casas habitación.
No todo el mundo, sin embargo, está de acuerdo en que el pillaje ha sido malo. Abelina López Rodríguez, la alcaldesa de Acapulco, lo ha justificado: “Quizá de afuera nos vean feo cuando uno ve cosas de ciudadanos tomando cosas que no son de ellos. Pero no es lo mismo el que te ve de afuera al que vive este momento. Entonces, yo le llamaría una cohesión social, una salida”. No supongo, sin embargo, que la alcaldesa aceptaría que esa “cohesión social” se aplicara a sus pertenencias o las de su familia.
El saqueo puede tener consecuencias muy negativas de largo plazo. No solo vuelve más difícil y costoso reanudar las actividades de los comercios, sino que puede incluso frenar actividades futuras. Hubo un caso significativo en septiembre de 2013. Después de las inundaciones causadas por los huracanes Manuel e Ingrid, la tienda Costco, que daba empleo a más de 200 empleados, fue saqueada sin que la policía interviniera. Nunca volvió a abrir. Los seguros de las tiendas, recordemos, no cubren las pérdidas por saqueos.
La seguridad que necesita Acapulco no es solo por el pillaje, también por las extorsiones del crimen organizado. El cobro de derecho de piso se ha convertido en una constante y representa un obstáculo para las inversiones necesarias para la recuperación.
Una vez lograda la seguridad, y restablecidos servicios como la electricidad, el agua y el internet, la reactivación requiere capital. Es correcta la decisión del gobierno y de los bancos de aplazar los cobros de impuestos y créditos, pero esto no será suficiente para empresas pequeñas que han perdido todo y no tienen un mercado en perspectiva por el desplome del turismo. Una posible solución sería que el gobierno, más que emplear el dinero disponible en despensas y dádivas, lo aproveche para financiar actividades productivas, como la limpieza y reparación de daños. Los habitantes de Acapulco podrían ser contratados en programas de empleo temporal para estas labores. Los beneficios serán mayores en lo económico y en lo anímico que un simple reparto de dádivas.
El presidente López Obrador afirmó ayer que los acapulqueños no tendrán una “amarga Navidad” y que para diciembre las familias estarán “muy felices”. Ojalá, pero para lograrlo se necesita una reactivación económica que depende de mucho más que los simples deseos de un político optimista.
Dialogar
La ministra presidenta Norma Piña se dijo ayer dispuesta a dialogar con el gobierno para destinar los fideicomisos del poder judicial a apoyar a los damnificados de Acapulco. Quizá teme un corte brutal en el presupuesto si no lo hace.
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