Varios aspectos me fascinan en el discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura de Wislawa Szymborska. Primero, su brevedad, pues para un galardón de esta dimensión apenas sobrepasa las dos mil palabras. Lo cual armoniza con el volumen de su producción poética, que cabe casi toda en el ejemplar traducido y editado por el Fondo de Cultura Económica cuyo primer tiraje data del 2002. 

Si lo bueno es breve, reza el dicho… Segundo, al contrario de algunos de los más conspicuos ganadores del premio, la polaca no realiza alusión alguna a su trayectoria vital, que se antoja interesantísima pues nació en 1923 y pudo ver a su país arrasado por la Segunda Guerra Mundial, además de vivir durante el régimen comunista dentro del Pacto de Varsovia liderado por la URSS. En su momento, se convirtió en disidente política y tan sólo siete años después de la caída del muro de Berlín, Szymborska se presentaban ante la Real Academia para hablar de la poesía con la misma aparente sencillez y humor que atraviesa toda su producción:

“el poeta, si es un verdadero poeta, tiene que repetirse perpetuamente «no sé». Con cada verso intenta responder, pero en el momento en que pone el punto final, le asaltan las dudas y empieza a advertir que su respuesta es temporal y en ningún caso satisfactoria. Entonces prueba otra vez y otra vez, para que a las sucesivas muestras de su insatisfacción consigo mismo los historiadores de la literatura las sujeten con un clip enorme para denominarlas «La Obra».”

Szymborska rehuyendo de ese clip enorme, no paraba de preguntar, pero no por ello se volvió farragosa, ilegible o soberbia; en el discurso mencionado, por ejemplo, interroga al predicador o autor del Eclesiastés bíblico como si fuera su compañero de banca en el autobús. Su poesía rebosa de cuestionamientos.  A propósito del odio, en el poema homónimo, dice:

Talentoso inteligente, muy trabajador.

¿Hace falta decir cuántas canciones ha compuesto?

¿Cuántas páginas de la historia ha numerado?

¿Cuántas alfombras de gente ha extendido, 

en cuántas plazas, en cuántos estadios?

Su poema Pacto con los muertos está compuesto totalmente por preguntas. O el célebre Primera fotografía de Hitler, que inicia así: 

¿Y quién es este niño con su camisita?

Pero ¡si es Adolfito, el hijo de los Hitler!

¿Tal vez llegue a ser un doctor en leyes?

¿O quizá tenor en la ópera de Viena?

¿De quién es esta manita, de quién la orejita, el ojito, la naricita?…

Compilación incompleta (por muy poco) e indispensable para acercarse a la sensibilidad y frescura de ese siglo XX que, parafraseando su poema, iba a ser mejor que los pasados, pero nunca pudo demostrarlo. Szymborska, quien a pesar de las guerras lejanas, traía flores a casa y nunca perdió la esperanza: 

No le faltan encantos a este horroroso mundo

ni tampoco amaneceres

para los que vale la pena despertar. 

Comentarios a mi correo electrónico: panquevadas@gmail.com

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