Arturo Zaldívar mostró arrojo y valentía. Cuando recibió los reclamos del Presidente, le contestó con firmeza. A través de quien le llevó el mensaje, le mandó decir al Presidente que se acordara que no había nombrado en él a un subordinado, sino a un ministro de un Poder independiente al Ejecutivo.

Corría el año 2010 y el presidente era Felipe Calderón. Medio año antes, Calderón propuso que Zaldívar fuera ministro de la Suprema Corte, por recomendación de su secretario de Gobernación, Fernando Gómez Mont. Zaldívar se estrenó al proponer al pleno condenar al gobierno de Calderón y a varios de sus más altos funcionarios por el incendio en la guardería ABC de Sonora. Zaldívar cuenta que cuando Calderón le reclamó -vía Gómez Mont- ser un malagradecido, él le recordó que había nombrado a un ministro, no a un subordinado.

13 años más tarde, el mismo ministro Zaldívar tomó una decisión diametralmente diferente: sin aquella valentía ni aquel arrojo, escogió someterse al Presidente. Ayer renunció a su cargo de ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación para incorporarse a la campaña de Claudia Sheinbaum.

No había sucedido algo así -un ministro que renuncia para meterse a una campaña – desde que en 1994 se rearmó la SCJN, no como fruto de un lance autoritario del presidente en turno, sino como respuesta a una exigencia democrática consensada por toda la clase política con la sociedad civil.

Peor aún. Zaldívar se incorpora a la campaña de Sheinbaum para -si ella gana con supermayoría- ser el verdugo de la Suprema Corte que presidió durante cuatro años. Ella ha sido explícita en cuál es su propuesta para mejorar la impartición de justicia en México.

La mismita que el presidente López Obrador: que los ministros de la Corte sean electos por voto popular. Esto equivale a matar la independencia del Poder Judicial, a volverla como en la época del viejo PRI: una herramienta del Presidente, no un contrapeso. Por eso en ningún país moderno del mundo se elige por voto popular a los ministros de la Corte. Porque al ser sometidos a la obligación de hacer campaña para obtener el puesto, se vuelven políticos de partido, vulnerables a los intereses de los que tendría que desprenderse cualquier juez que aspire a sentenciar de forma imparcial.

Desde hace años López Obrador ha acusado a los ministros de la Corte de no ser independientes y actuar bajo las órdenes de los partidos políticos (de oposición). Curiosamente, el que ha venido a confirmar esta perversión es uno de los suyos. Y hoy aceptará gustoso la renuncia de un ministro de la Corte para que apoye a su propio movimiento político. Un ministro que había ido perdiendo su voz propia y su perfil progresista, para convertirse en una simple correa de transmisión de los deseos del Presidente. Para el empaque con el que llegó Arturo Zaldívar a la Corte, terminar haciendo terna con Yasmín Esquivel (la plagiaria) y Loretta Ortiz, al servicio del obradorato, ha de resultarle una amarga devaluación curricular. Y quizá eso fue dibujando su futuro próximo: más un político en campaña que un jurista imparcial. El salto puede asombrar e indignar, pero no sorprender. ¿Soñará Zaldívar con volver a presidir la Corte, ahora por voto popular?

 

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