Los romanos consideraban, con gran razón, a la diosa Fortuna como la más caprichosa de las deidades de su Olimpo. Mientras muchos buscaban de exaltar su bondad al representarla con una cornucopia, era común verla presidiendo una gran rueda de madera: su cima estaba coronada con quienes obtenían sus favores, pero en un giro podían caer para sufrir el peso de ésta. Padecían entonces el infortunio, la cara más cruenta de la diosa. Sin importar edad o condición, lo comentan de forma magistral los cantos goliardos, cualquiera puede tornar su suerte para bien o para mal. 

Óscar Wilde es uno de los ejemplos literarios más conspicuos del infortunio. Quiero retomarlo donde lo dejé en la guía nro. 231 (Tachas 216), sentado en el lujoso salón del hotel Langham de Londres donde junto a Arthur Conan Doyle pacta la publicación de El retrato de Dorian Gray en la Lippincott’s Magazine. Su buena fortuna seguirá en ascenso con la publicación de cuentos, ensayos y teatro. Su Salomé, por ejemplo será interpretada por la gran Sarah Bernhaerdt. Y en 1895, año de su desgracia, acababa de estrenarse La importancia de llamarse Ernesto.  

El genio en desgracia, acusado “de sodomía y de grave indecencia”, tras un proceso ventilado por los medios bajo la presión de la pacata opinión pública inglesa, es condenado a dos años de prisión y trabajos forzados. La cárcel de Reading será el destino:

Yo no sé si las leyes son justas o si las leyes son injustas; todo lo que sabemos los que estamos en la cárcel es que el muro es sólido y que cada día es como un año, un año de días muy largos.

Al perder sus derechos y propiedades, todos sus bienes son subastados, incluso su amada biblioteca; su esposa cambió su apellido y el de sus hijos. Según Jesús Munarriz, traductor de su obra: Su paso por la prisión acabó con él. El primer año, sobre todo, con un director que se ensañaba torturándole legalmente y no le permitía ni el desahogo de escribir, quebraron para siempre la altivez de quien tan rápido pasó de la cima al hondón en la noria de la Fortuna. Las raciones mínimas de comida, el aislamiento dentro de la cárcel y hacia el exterior, minarán de forma grave su salud.

Pero aunque la flaca hambre y la fresca sed luchan como el áspid con la víbora, poco nos preocupa el rancho de la cárcel, pues lo que hiela y mata de golpe es que cada piedra que levantamos de día se convierte de noche en nuestro corazón.

La balada de la cárcel de Reading, poético canto de cisne de Wilde se publicará en 1898, año siguiente de su liberación. Desprestigiado hasta el punto de no poder vivir más en la Gran Bretaña, Wilde fallecerá menos de dos años más tarde en París donde vivió bajo el nombre falso de Sebastián Melmoth.

También esto sé y qué bueno sería que todo el mundo lo supiera: que cada cárcel que el hombre construye está construida con ladrillos de infamia y cercada con rejas para que Cristo no vea cómo mutilan los hombres a sus hermanos.

Comentarios a mi correo electrónico: panquevadas@gmail.com

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