Vivimos la era de los macrodatos, de las gigantescas bases de datos que contienen toda la información posible de nuestra vida, qué leemos, a quién escribimos, en qué lugar nos encontramos, cómo lucen nuestros rostros, qué compramos, cuáles son nuestros signos vitales, nuestros amigos. Todo. Para el mundo digital recordar y cuantificar son tareas elementales, nada escapa. La capacidad de almacenamiento pareciera a la vez tan infinita como imperecedera.
En contraste, la memoria colectiva de los seres humanos pareciera cojear, apoyados en la aparente infalibilidad de lo digital y sobrecargados de datos e imágenes, nos cuesta cada vez más trabajo recordar lo importante. El ascenso rampante de nuevos autoritarismos parece confirmarlo. En el primer estudio de su más reciente libro, Rob Riemen, escribe una carta a sus amigos mexicanos y nos advierte de la necesidad de no olvidar, de mantener siempre en nuestra memoria las temibles consecuencias de las guerras y de los regímenes dictatoriales de cualquier signo.
No creo que alguien pueda olvidar una visita a la antigua Escuela de Suboficiales de Mecánica Armada – ESMA en Buenos Aires, el edificio donde funcionó el centro clandestino de detención, tortura y exterminio más grande de la última dictadura cívico-militar argentina. Desde 2004 funciona como un Espacio para la Memoria y para la Promoción y Defensa de los Derechos Humanos. Caminar por los salones del Casino de Oficiales es una experiencia escalofriante, pero a la vez esperanzadora. Por una parte, se han documentado de forma exhaustiva las actividades abominables de los grupos de tareas, y a la vez se acompaña la visita con las grabaciones del famoso Juicio a las Juntas, donde quedaron registrados los testimonios de las víctimas en un proceso que inició la búsqueda de justicia.
Cada uno de los espacios donde se encarcelaba, torturaba o se distribuía el saqueo de las víctimas se puede visitar hoy para recordar las consecuencias de la abulia política, del fanatismo, de la codicia, del miedo y la violencia.
No hay un proceso más eficaz en lo referente a búsqueda de la verdad, judicialización, reparación y memoria que el llevado a cabo en Argentina. No hay un mejor ejemplo para México que aún lidia con la guerra sucia de regímenes que se presentaban como democráticos y que después de décadas de transiciones y nombramientos de fiscalías especializadas no se ha logrado una sola condena significativa. La verdad aún se escamotea, no hablemos de las reparaciones o de una memoria que sirva para pensar en que la justicia tendrá algún día la posibilidad de triunfar.
Pareciera increíble que un lugar como la ESMA, que sorteó las amenazas de Macri, hoy se halle también en la mira de candidatos a la presidencia como Milei; pero también da gusto que la UNESCO la haya declarado, con justicia, Patrimonio de la Humanidad, para preservarlo de la amnesia que tanto convendría a la extrema derecha argentina. Esa misma corriente de pensamiento sigue amenazando los cimientos de la democracia. Esta semana, en España, por ejemplo, circuló una carta suscrita por medio centenar de militares en retiro que pedían al ejército de su país evitar la investidura de Pedro Sánchez como presidente.
No olvidar las dictaduras, tampoco en lo que pueden convertirse las guerras ocasionadas por éstas o por los fundamentalismos de diverso pelaje. Me refiero, claro, a Rusia e Israel.
En México, tampoco podemos olvidar ese frágil equilibrio que vivimos entre la estirpe militar posrevolucionaria y gobiernos civiles que sin excepciones la han cubierto de canonjías e impunidad. ¿Veremos algún día un proceso como el argentino?
Frágil es la memoria humana, dice Riemen, pero desde mucho antes de que se inventaran los bancos de datos, disponemos de la mejor herramienta para apuntalarla: el arte.
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