México se aproxima a comicios históricos. Todos lo son, pero éstos podrían ser los últimos que ocurran en un ambiente razonablemente democrático. Si Morena repite en la Presidencia, terminarán de eliminar contrapesos, de desmantelar el INE, de devastar el sistema judicial y tripular a la Suprema Corte, de apuntalar un sistema ejecutivo que se reirá de la separación de poderes. Morena es el PRI de los años 70 y llegó para quedarse.

Al apoderarse del megáfono mañanero, y extorsionando a medios de información masiva hasta someterlos, López Obrador nos ha impuesto una sociedad dividida a partir de las grietas que existían y en las cuales clavó cuñas que su sucesora pretende ahondar. Cinco años después, seguimos cayendo en sus trampas y jugando el juego con sus reglas. Usamos sus términos -fifís, abrazos no balazos, etcétera- y fomentamos el odio y la división que lo nutren. Seguimos sin entender que las mentiras evidentes para nosotros, para ellos son verdades incontrovertibles; que de nada sirve criticar su desempeño, pues siempre pueden atribuir sus yerros a gobiernos previos.

No hemos entendido nada. Basta ver la ola de comerciales que, con motivo de la precampaña electoral, se repiten sin cesar en medios electrónicos, o se pautan en redes sociales. Parece increíble que sigamos creyendo que un grotesco mensaje en el que se subraya el alto número de muertes en este sexenio hará que, de repente, quienes apoyan a la 4T tengan una Epifanía y se den cuenta de su “error”. Lo mismo puedo decir de columnas como la mía. Le predicamos al coro cuando criticamos a la 4T, pero no movemos un solo voto o una sola conciencia. Nuestro alcance es, en el mejor de los casos, terapéutico.

El carisma de Xóchitl no hará que por arte de magia se cierre la brecha en las encuestas. Para eso se requiere de contraste entre las dos candidatas. Es necesario quitar el capelo con el que el Presidente lleva cinco años protegiendo a Sheinbaum. Que conste que no propongo una guerra sucia, descalificación o insultos. Pero sí es importante invitar a que la candidata del Presidente opine sobre temas relevantes -falta de medicinas, pérdida de acceso a salud pública, complicidad con organizaciones criminales, inseguridad rampante- y que endose o rechace lo que su predecesor ha hecho. Quienes simpatizan con el Presidente necesitan entender quién es ella y en qué consiste la continuidad que ofrece. Recordemos que si bien la popularidad del Presidente prevalece, la de su gobierno se desploma.

Sheinbaum también debe explicar una larga lista de desgracias -Rébsamen, Línea 12- pero en vez de poner el reflector sobre ella, los partidos creen que algo ganan utilizando espacios publicitarios valiosos para promoverse ellos. Ignoran el profundo rechazo que padecen. Sus anuncios provocan más náusea que simpatía. ¿Por qué no cederle a una candidata prometedora esos espacios? ¿Por qué insistir en que ella cargue el lastre de sus colores partidistas? Siguen sin entender que tener una candidatura presidencial competitiva es su única oportunidad para ganar los espacios legislativos indispensables para parar la destrucción que se avecina. Arrastran a Xóchitl a su desprestigio en vez de dejarla despegar y subirse en la cola del cometa. Desperdician espacios valiosos y tiran a la basura recursos escasos al insistir en una campaña convencional.

La oposición puede ganar la Presidencia. Pero, para lograrlo, es indispensable que los partidos abran sus espacios, que la sociedad civil sume y evite campañas paralelas que a veces ayudan más a la campaña del gobierno. Pero, sobre todo, es indispensable que todos creamos que se puede ganar. Demasiadas voces le hacen eco al Presidente que quiere convencernos de que ellos ya ganaron. En el Estado de México, las encuestas insistían en brechas enormes, cuando la elección se decidió por 8 puntos. Muchas de las encuestas no están reflejando la calle. Hay que empezar por evitar jugar el juego del Presidente.

 

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