Cuando los hombres toman la ley en sus manos, quien pierde es la ley, y cuando la ley pierde la libertad languidece”. 

Robert Kennedy

 

Cuando el Estado falla en su propósito fundamental de proteger a los gobernados, el pueblo bueno puede hacerlo por mano propia. Esto hicieron los pobladores de Texcapilla, una comunidad del municipio mexiquense de Texcaltitlán, este 8 de diciembre, cuando se enfrentaron a un grupo criminal que los estaba extorsionando.

Los hechos ocurrieron mientras el presidente López Obrador estaba de gira por Atlacomulco, a 133 kilómetros. Los pobladores de Texcapilla fueron citados a mediodía por unos delincuentes, supuestamente de La Familia Michoacana, que les cobraban derecho de piso por sus cultivos. Los agricultores pidieron una reducción del pago, pero los criminales se negaron, amenazaron con empezar secuestros y dispararon al aire para amedrentarlos. Lejos de huir, los pobladores se lanzaron contra ellos, mataron a algunos a golpes y quemaron cuerpos y vehículos. Diez criminales y cuatro pobladores murieron, entre estos Noé Olivares Alpízar, quien encabezó el ataque contra los criminales. El enfrentamiento tuvo lugar poco después de las 12; el primer contingente de policía llegó a las 15:20.

La gobernadora Delfina Gómez lamentó los hechos e hizo “un llamado a la paz”. El presidente regresó al día siguiente al estado, aunque primero llegó en un helicóptero militar a Ciudad Altamirano, Guerrero, donde declaró: “Esto que está pasando, que ayer lamentablemente se dio en el Estado de México, la extorsión o el llamado pago de piso, todo eso lo tenemos que combatir, pero entre todos. No olviden que le demos atención especial a que no aumente el consumo porque, si eso crece, ahí sí ya sería muy difícil”.

De allí se trasladó, bien protegido por esos militares que ya no son del Estado Mayor Presidencial, al Estado de México, pero no a la dolida Texcapilla, sino a Tejupilco, a una hora de distancia. “Quisiera yo ir a todos los municipios, pero no puedo; tengo que andar por todos lados”, explicó. Eso sí, añadió: “Vamos bien y de buenas”. Evitó hablar de lo sucedido en Texcapilla, pero se refirió a los problemas de drogadicción de Estados Unidos: “Aquí debemos tener muy pocos fallecidos por sobredosis de droga, muy pocos, nada que ver con los 100 mil jóvenes que pierden la vida [allá].

No sorprende que el presidente se sienta incómodo ante el tema de Texcapilla. Lo sucedido en esa comunidad es indicativo de que, en materia de seguridad, ni vamos bien ni estamos de buenas. Una comunidad sin ese consumo de drogas que el presidente considera la fuente de la violencia del país ha tenido que defenderse por propia mano ante las extorsiones de un grupo criminal.

AMLO, quien desde la oposición se opuso a la militarización de la seguridad pública, pero que hoy la considera indispensable, simplemente se niega a aceptar que la delincuencia y la violencia siguen siendo los principales problemas del país. Es verdad que ha habido una disminución en los homicidios desde 2020, pero también que este sexenio, a 10 meses de concluir, es ya el que más homicidios acumula.

La batalla de Texcapilla tiene lecciones para el presidente, si realmente se interesa en mejorar la seguridad. La primera es que no toda la violencia es producto del consumo de drogas. La segunda, que la autoridad debe responder a las denuncias por extorsión y cobro de piso. La tercera, si el gobierno insiste en desentenderse del crimen, o sigue ofreciendo abrazos a los criminales, el pueblo bueno terminará por cansarse y hará justicia por propia mano. ¿Es eso lo que queremos?

 

Caifanes

 

Óscar y su hija Perla estaban hasta las últimas filas del Palacio de los Deportes en el último concierto de Caifanes de este año, el sábado pasado. Una joven madre acompañada de su hijo adolescente lloraba en la entrada al darse cuenta de que los boletos que había comprado eran falsos. Al parecer, el propio Saúl Hernández pidió a su equipo que les dieran lugares a los cuatro en la tercera fila. Por eso, y por su música, lo admiro. 

 

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