“La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, diagnosticarlos incorrectamente y aplicar el remedio equivocado”.
Ernest Benn

Al presidente López Obrador no le basta con ser político. Quiere ser dueño de aerolíneas, aeropuertos y ferrocarriles, y ha decidido también convertirse en farmacéutico. La creación de un nuevo gran almacén de medicamentos, para supuestamente resolver el problema de desabastecimiento que él mismo ha provocado, es un ejemplo más de cómo López Obrador ha gobernado a base de ocurrencias. 

En un principio el presidente afirmaba que la falta de medicinas era inventada, simple propaganda de farmacéuticas afectadas por sus políticas de honestidad y del “hampa del periodismo”. Después reconoció que “sí hay problema de desabasto de medicamentos, pero les diría que estaba peor antes”. El exsubsecretario de prevención y promoción de la salud, Hugo López-Gatell, afirmó que las historias de niños con cáncer sin medicamentos eran una gran mentira: “Están buscando crear esta ola de simpatía en la ciudadanía mexicana, ya con una visión casi golpista”. 

El desabastecimiento, sin embargo, sí existe y fue provocado por el propio presidente al cancelar, primero, las compras consolidadas de medicamentos que realizaba el IMSS y entregarlas a una serie de oficinas sin experiencia ni capacidad técnica: la Oficialía Mayor de Hacienda, la UNOPS, el INSABI, el IMSS-Bienestar y ahora Birmex. Lo agravó con el cierre de plantas farmacéuticas y la ocurrencia de que no era necesario pagar por la distribución de medicamentos, porque la tarea era tan fácil como transportar refrescos o botanas. El desorden no ha terminado. La nueva idea ha sido crear la Megafarmacia del Bienestar, a un costo de cuando menos 2,700 millones de pesos, y entregársela a Birmex, un laboratorio de producción de vacunas, cuya dirección general ha quedado en manos de un militar en retiro, el general Jens Pedro Lohman Iturburu, que no tiene ninguna experiencia en medicamentos. ¿Qué podría salir mal?

Ningún país ha tratado de establecer un gran almacén central propiedad del gobierno para de ahí mandar medicamentos a todo el país. En Dinamarca, que el presidente utiliza a menudo como ejemplo del sistema de salud que quiere crear, el 99 por ciento de las medicinas se distribuye a farmacias privadas por dos mayoristas, Nomeco Wholesale y Tjellesen Max Jenne (TMJ). 

Para justificar la centralización la maquinaria de propaganda del gobierno recurre a información falsa. En un mensaje en X Jesús Ramírez Cuevas, coordinador de comunicación del gobierno, afirmó: “Al iniciar nuestro gobierno solo 54% de las recetas del sistema de salud eran surtidas; en 2023 alcanzamos ya el 98.2 por ciento del abasto. La Megafarmacia del Bienestar permitirá que todos los pacientes reporten y reciban cualquier medicamento faltante en menos de 48 horas”. El médico Xavier Tello, autor de La tragedia del desabasto, responde que al inicio de este gobierno el abastecimiento de medicinas era de 97 por ciento, según cifras del propio IMSS. Por otra parte, quienquiera que haya acudido a una institución pública de salud en los últimos años sabe que el abastecimiento actual se encuentra muy abajo del 98.2 por ciento. 

La decisión de centralizar la distribución de medicamentos en un almacén gigante es un despropósito. Los sistemas de distribución más eficaces operan de manera descentralizada, pero en este gobierno nada importa, sino aplaudir las ocurrencias del “Señor Presidente”. Sus fanáticos no conocen una frase muy común entre los farmacéuticos: “Es fácil obtener mil recetas, pero más difícil conseguir un remedio”. 

Expropiaciones

Para no ahuyentar a los inversionistas AMLO afirmaba en un principio que no realizaría expropiaciones como Hugo Chávez. Estas, sin embargo, se han vuelto cada vez más comunes e inquietantes. Nada más en los últimos días ordenó la expropiación de una planta de hidrógeno en Tula, mientras que en Quintana Roo la legislatura morenista local ha expropiado Aguakan, una empresa de agua, alcantarillado y saneamiento. 

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