Cada Año Nuevo llega en compañía de propósitos que no siempre se cumplen. De manera dramática, recordamos que el 31 de diciembre pasado nos comprometimos a hacer una “prueba de esfuerzo” para averiguar cómo anda nuestro corazón. Pero no tuvimos manera de sacar la cita porque la vida diaria es, en sí misma, una prueba de esfuerzo.
Con las campanadas y las uvas de fin de año solemos concebir ideas tan grandiosas como la de ordenar -ahora sí- los libros que están en el suelo. No nos mueve la ilusión sino la culpa.
Ha llegado la hora de cambiar esto. La cultura existe, entre otras cosas, para demostrar la importancia de empezar mal. El primer paso se da con el pie izquierdo. Nuestras experiencias son siempre tentativas. Pensemos en las aficiones artísticas: nadie nace con estupendo buen gusto.
En 1976, el escritor uruguayo Danubio Torres Fierro entrevistó a Gabriel García Márquez en su casa de la Ciudad de México. El autor de El otoño del patriarca le dijo en esa charla: “¿Te das cuenta de que siempre empezamos por lo peor cuando estamos destinados a gustar de algo? El escritor comienza leyendo a Bécquer, a cierto Neruda, al Darío más elemental, y el músico escucha la Serenata de Schubert o el Concierto para piano y orquesta número 1 de Chaikovski. Eso ayuda a entrar en materia, a descubrir qué es en realidad la literatura y qué la música, y entonces sirve para abrir caminos y despertar apetitos”.
García Márquez fue generoso en la apreciación del gusto “primitivo” con que se inicia un placer, pues puso de ejemplo los versos populares de Darío o las composiciones efectistas de Chaikovski, obras que, sin ser lo más granado de esos genios, sin duda pertenecen al arte.
La idea se puede radicalizar. Mucha gente descubre la pasión lectora con obras francamente horribles. Hace unos años, una amiga con doctorado en Letras, que escribe complejos ensayos sobre literatura virreinal, me comentó, en el tono de quien confiesa una perversión en la familia, que su hija adolescente había ofrendado su alma a los vampiros de la saga de Crepúsculo. Le contesté que lo importante era contraer el hábito de la lectura. Se puede empezar por lo peor y, poco a poco, modificar la apreciación, a tal grado que, si esa chica perseveraba en su camino, acaso llegaría a leer, incluso, los enredados textos de su madre.
El ser humano es tan enigmático que transita de lo burdo a lo complejo. En el siglo XVIII, Lichtenberg señaló que toda la alta costura derivaba de la hoja de parra. ¿Significa esto que es posible comenzar por Peso Pluma para desembocar en Mozart? Reconozcamos, con Darwin, que toda evolución tiene sus límites.
Ciertas obras resultan imprescindibles para encender la curiosidad y avivar el fuego, pero rara vez son las mejores en su género. ¿Cuántos libros fallidos necesitamos para llegar al Ulises o cuántas temporadas de Las Kardashian para disfrutar de Los Soprano? La pregunta no sólo se refiere a la calidad intrínseca de las obras sino, sobre todo, al gusto, de tal suerte que podríamos reformularla de este modo: ¿cuántas cosas pésimas nos deben gustar antes de que nos guste lo bueno?
Pero también el refinamiento debe ser contenido. Vale la pena distinguir entre un buen vino y otro, pero tengo la impresión de que llega un punto en el que quien sabe demasiado no disfruta la bebida sino el discurso que genera. Un amigo sometió su paladar a una educación etílica tan sofisticada que ahora se emborracha con sus palabras. Me invitó a una cata en la que distinguió “notas de avellana y cereza”, lo cual me pareció simpático porque me remitió a las tiendas de golosinas de mi infancia, pero luego dijo: “sabe a venado”. Sus papilas se habían adiestrado tanto que podían registrar el paso de animales salvajes por los viñedos. La verdad, prefiero beber vino con un mediano conocimiento que ser un experto que bebe un venado.
Concluyo mi argumentación: en Año Nuevo deberíamos atrevernos a formular malos propósitos, lo cual no implica perjudicar al prójimo, sino emprender cosas con el entusiasmo del error. Ser un pésimo tenista es el prerrequisito para ser un buen tenista. Toda afición comienza mal y el gusto de seguir vivo no es la excepción.
A veces las teorías son formas rebuscadas de convencernos de lo obvio. En otras palabras: este año sí hay que sacar cita para la “prueba de esfuerzo”.