Los admiradores de Anónimo Hernández estamos de plácemes, tras casi 15 años de la primera publicación de Apuntes de un escritor malo (Nitro Press, 2009), libro divertidísimo y agotado, regresa genial y controversial (hágase énfasis en la rima involuntaria) con esta precuela que, como el Tristam Shandy, nace con el personaje mismo: una autobiografía de narrador que deleitará a los lectores con su humor (nuevo énfasis).
Como muchos sospechábamos, Anónimo, amante de las cacofonías, reiteraciones y rimas en prosa, nació muerto, además de feo, como el pilón de una camada de doce hermanas. Desde muy pequeño muestra una habilidad inusitada con el lenguaje que le enjareta el baldón de niño genio con las dificultades que eso conllevaba en la década de los sesenta. A través de sus cinco cuadernos de escritura asistiremos a su formación como escritor que pasa por un colegio de curas, una academia militar y una escuela de gobierno, para terminar con su grado de escritor con un curso por correspondencia.
“Me sentí afortunado por elegir un oficio que tomaba vida con mi vida. No me importaba ser un escritor malo, mientras no fuera mentiroso. No tendría patrón porque nadie me diría lo que debía escribir. El dinero y el reconocimiento me tenían sin cuidado…
Eres un catrín como tu padre –decía mi mamá–. No naciste para trabajar. Creía que escribir era un pretexto para holgazanear. No concebía un oficio que se ejerciera acostado en la cama, ni que garabatear hojas produjera nada.”
Esta deliciosa Bildungsroman nos paseará desde el quirófano hasta la graduación de Anónimo a los 8 años: “Jamás sucumba a la tentación de situarse por encima de sus lectores ni de sentirse iluminado. No olvide que todo escritor es esencialmente un ser neurótico. Y primero que escritor, Ud. es un ser humano. Y primero que humano, Ud. es un primate. Y antes que primate, Ud. es un animal. Y antes que animal, un mineral. Y antes que mineral, Ud. es polvo de estrellas. No se rebaje.”
Puntilloso, irreverente y franco, Anónimo, furibundo enemigo en la adultez del requesón (reggaetón) y de los avisos publicitarios con errores de ortografía, abre la puerta para lo que podría ser una serie de novelas que nos transportara con su agudeza y desparpajo a lo largo de la historia de las últimas décadas. Quizás sea mucho pedir, pero los elementos ya están dispuestos. Me despido con una breve reflexión del niño en su precoz descubrimiento del mundo:
“Se me hacía absurdo dividir al mundo entre hombres y mujeres, algo que era aleatorio, como dividirlo en colores o tamaños. Según yo, que aún no cumplía siete años, el mundo sólo podía dividirse en inteligentes y estúpidos. O en felices y miserables. La inteligencia no tenía validez si no buscaba la felicidad. La inteligencia que lograba miseria, en realidad era estupidez. Las cosas se me enredaban porque no sabía si la estupidez que alcanzaba la felicidad debía considerarse inteligencia, como en el caso de la gente de escuchaba baladas o que veía televisión…”
Comentarios a mi correo electrónico: panquevadas@gmail.com