Hay formas de gobierno donde el poder se concentra en una sola persona: monarquía, imperio, tiranía, dictadura, despotismo, autocracia, presidencialismo, pontificado. Su dominación puede ser aceptada como legítima por diversas razones: mandato divino, tradición, aclamación, victoria militar.
La dictadura legítima existió en la antigua Roma. En circunstancias graves, se nombraba a un dictador con plenos poderes para imponer una solución. El cargo terminaba a los seis meses (o antes, cumplida la misión).
También existen concentraciones de poder ilegítimas, por usurpación o simulación.
La república simulada es un invento hispanoamericano del siglo xix que se extendió por el planeta. Hoy, casi todos los países son (oficialmente) repúblicas, con elecciones y división de poderes, aunque en muchos casos se trata de un “país de un solo hombre”, como llamó Plutarco Elías Calles al México del reelecto presidente Álvaro Obregón.
Para referirse a todas estas formas de gobierno, existe un término útil: monocracia (el gobierno de uno), opuesto a democracia (el gobierno de todos).
Llama la atención que Aristóteles desconfiara de la democracia, pero lo explica en su Política: la democracia facilita que un demagogo populista llegue al poder y se convierta en tirano. Consideraba preferible la oligocracia, el poder supremo dividido entre varios.
Pero la oligarquía no siempre alcanza acuerdos unánimes. Puede trabarse en desacuerdos que paralicen la administración pública. Para evitarlo, Clístenes (un oligarca) inventó la democracia: Si no hay manera de ponernos de acuerdo, dejemos las decisiones políticas al voto de los ciudadanos.
En los tiempos del PRI, no hubo necesidad del voto ciudadano, aunque había elecciones. La república simulada era de hecho una monocracia que duraba seis años, no seis meses, y operaba de manera notablemente institucional.
Aunque algunos presidentes tuvieron la tentación de reelegirse, ninguno lo hizo. Tenían, en cambio, el privilegio de elegir sucesor. No lo imponía el PRI, la oligarquía, el ejército, los sindicatos ni los Estados Unidos, ya no se diga el voto ciudadano, que se limitaba a refrendar la designación. Tampoco era un capricho del presidente que terminaba: su decisión tomaba en cuenta todos los factores de presión, para no provocar una reacción peligrosa.
Las elecciones (que siempre declaraban ganador al PRI) no eran necesarias para elegir al sucesor, sino para exhibir quién era el mandamás y legitimar su última decisión.
La verdadera elección se consumaba antes de las elecciones, cuando el presidente daba a conocer (“destapaba”) al sucesor que había escogido y ocultado (“tapado”). El PRI lo lanzaba como su candidato presidencial. Y, a partir de ese momento, el Señor Presidente se retiraba elegantemente a la oscuridad con sus ahorros, que nunca serían cuestionados, si se mantenía al margen del poder. El destapado iniciaba su campaña electoral con gratitud y elogios al Supremo Elector. Pero, una vez que llegaba a la presidencia, no compartía el poder con él ni con nadie: su monocracia era absoluta, por seis años.
La monocracia institucional tiene ventajas: sobre todo la paz y estabilidad que facilitan el progreso. Ha habido grandes monarcas en todo el mundo y en todos los tiempos.
México ha tenido monócratas notables: Nezahualcóyotl, el conde de Revillagigedo, Porfirio Díaz, Manuel Ávila Camacho, Ernesto Zedillo.
Pero el poder sin límites puede terminar en desastre. La monocracia es un peligro para la sociedad y hasta para el monócrata, cuya soledad puede hacerle perder el sentido de la realidad. El poder atonta. La soledad enloquece. Deja de ver y de escuchar.
Porfirio Díaz no vio la oportunidad que representaba el general Bernardo Reyes como sucesor, para mantener la paz y el progreso. Pudo haberlo nombrado sucesor (vicepresidente), y ahorrar al país la tragedia de la Revolución.
En los países más desarrollados se han encontrado fórmulas para aprovechar las ventajas de la monocracia y reducir sus peligros, desde la monarquía parlamentaria hasta el presidencialismo acotado por otros poderes soberanos y organismos autónomos. Las distintas fórmulas tienen elementos comunes: régimen de derecho, prensa libre, elecciones creíbles y un tiempo limitado en los cargos, con rendición de cuentas.