Y a la medianoche se oyó un clamor: ¡Aquí viene el esposo; salid a recibirle!
Mateo 25:6
La biblia cristiana compara la segunda venida del hijo de dios, el final de los tiempos, con la medianoche. La cual es a un tiempo la terminación y el comienzo del día. En 1945, científicos de la universidad de Chicago que había participado en el proyecto Manhattan, encargado de desarrollar la primera bomba atómica, crearon el Boletín de los científicos atómicos, una publicación que buscaba alertar a la humanidad de los graves peligros del invento que habían ayudado a crear. La lista de nombres ilustres ligados a su fundación es muy larga, bastaría tal vez con comentar que la encabezaba Albert Einstein.
En 1947, cuando se tenía la certeza que la Unión Soviética desarrollaba armas nucleares y para hacer más evidente la amenaza que se cernía sobre el planeta, Hyman Goldsmith, coeditor, le pide a la artista plástica Martyl Schweig Langsdorf el diseño de la portada de la revista. Ella la concibe como una manecilla de reloj marcando siete minutos para la medianoche. La señal de emergencia, nuestra cercanía con el exterminio total, fue a su vez el punto de partida para el Doomsday Clock o reloj del apocalipsis. Es decir, en 1947 estábamos a 7 minutos, y conforme pasaron los años el reloj sumaba o restaba tiempo según lo estimado por un conciliábulo de expertos en armamento nuclear, a los que con las décadas se sumaron los del calentamiento global.
Dos años más tarde, en 1949, cuando la Unión Soviética hizo detonar bombas atómicas para dar el inicio a la carrera armamentista, el reloj retrocedió a tres minutos. Y disminuyó a dos cuando se estrenó la bomba de hidrógeno. Pero regresaría luego a siete minutos en 1960, para luego sumar cinco minutos y llegar a doce en 1963, tras la solución pacífica de la crisis de los misiles. De esta forma ha ido añadiendo tiempo, por ejemplo tras la caída del muro de Berlín y la firma de los tratados de desarme atómico, en 1991, llegó a su máximo: 17 minutos. Desde entonces no ha hecho más que caer hasta el año pasado que, debido a la invasión de Ucrania y al riesgo de una escalada atómica, llegó apenas a 90 segundos del Armagedón, el nivel más bajo en su historia.
Lo interesante es que a pesar de las nuevas conflagraciones en Oriente Medio, tras el ataque de Hamás y la retaliación desproporcionada de Israel, el reloj no haya retrocedido más. Pues no se puede soslayar que este último país posee capacidad nuclear estimada en unas 65 a 80 ojivas de las cuales puede hacer uso desde bases en tierra o incluso desde submarinos.
El cálculo dice considerar también que la cantidad de armas de destrucción masiva ha descendido a lo largo de las últimas décadas, pero el riesgo de su uso es mayor pues más países las poseen.
Pareciera que estamos demasiado acostumbrados a que no suceda nada, a que todo sea solucionado por la vía “convencional”, sin que se empleen los arsenales almacenados bajo tierra. ¿Cómo, si estamos tan cerca de una catástrofe global, no parece haber alarma alguna más que la de una revista científica? ¿Los extremismos de diversos signos que amenazan la democracia occidental auguran que todo siga de la misma manera? Es imposible saberlo con certeza, pero aunque suene catastrofista, y en contravía del pavo encuestado la víspera del día de Acción de gracias, siempre he tenido algo muy claro: vivimos en las inmediaciones del final de los tiempos.
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