Un riesgo sanitario se define como aquel peligro potencial para la salud pública generado por fármacos, dispositivos médicos, alimentos, cosméticos y otros productos y servicios relacionados con la salud. Es sabido que los riesgos para la salud pueden provenir de diferentes fuentes, como el uso de medicamentos piratas, de mala calidad o ineficaces, la exposición a contaminantes o aditivos peligrosos en los alimentos, o la utilización de tecnología médica no regulada.

Por lo anterior, la responsabilidad de la identificación, evaluación y mitigación de riesgos para consolidar la seguridad, eficacia y calidad de esos productos disponibles en nuestro país es fundamental. Planear y ejecutar procesos regulatorios, que incluyen probar productos, inspeccionar empresas o sitios de manufactura y producción e incluso intervenir en el propio mercado, son roles cruciales de las organizaciones dedicadas a la prevención de riesgos sanitarios.

El reconocimiento y manejo de riesgos a la salud incluyen el monitoreo continuo de amenazas potenciales, la colaboración con instancias internacionales y el desarrollo y aplicación de estándares regulatorios. Cabe destacar que si el trabajo se realiza de manera cabal, se salvaguarda el bienestar de la población con un ambiente más sano y seguro para los consumidores.

Sin embargo, al día de hoy se identifican multitud de necesidades y desafíos en la institución centinela de protección contra riesgos sanitarios de nuestro país: la Cofepris.

Acrecentados en últimas fechas, esta organización enfrenta problemas como la presión presupuestal, reflejada en la disminución de su potencia para llevar a cabo sus actividades regulatorias, además de la reducción en capacidad operativa por recursos humanos, lo que va en detrimento de poder atender la complejidad del sistema de salud y las amenazas a este.

De igual manera, es innegable que sus procesos regulatorios para la aprobación de productos o servicios son cada vez más ineficientes e inoportunos. La “tramitología” es, en multitud de ocasiones, una verdadera pesadilla y aquellos que requieren atención o una respuesta deben esperar cada vez más, lo que repercute de manera negativa en la oportunidad y accesibilidad. Asimismo, la transparencia y capacidad de comunicación se han visto disminuidas, siendo los procesos de toma de decisiones y la integración con las diversas partes interesadas (la industria, el público, profesionales de la salud, por citar algunos) cada vez menos claros y más distantes, disminuyendo la confianza y la colaboración.

Por alguna razón en tiempos recientes, la atención a recomendaciones internacionales, prácticas regulatorias o estándares globales ya no es prioritaria y al contrario, parece que existe distanciamiento e incluso “cerrazón” a escuchar consejería sensata. De igual manera, la capacidad de entrenamiento y actualización sobre los avances en ciencia y tecnología para sus integrantes, además de la capacidad de manejo de información, vigilancia e inspecciones (vitales para mantener el paso de la siempre cambiante realidad sanitaria) se ha visto mermada, lo que impide adaptarse a esos cambios y establecer, implementar y mantener nuevas figuras de requerimientos y estándares.

Por ello, resulta apremiante apostar por el fortalecimiento de esta institución y esto se logra con cambios de fondo. Vale la pena escuchar las voces sensatas que promueven y proponen nuevos esquemas de trabajo para esta agencia reguladora, ya que una Cofepris más eficiente, ordenada y transparente se traduce en la reducción de riesgos en uno de los aspectos más importantes de la vida para individuos y sociedades, que es la salud. Como ciudadanos, participar será vital.

Médico Especialista en Patología Clínica, Profesor Universitario y promotor de la donación voluntaria de sangre.

 

RAA

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