En cada proceso electoral se hace evidente la brecha existente entre los partidos políticos y las demandas sociales. Frecuentemente, la oferta de los partidos son soluciones recicladas y los mismos cartuchos quemados; estos reaparecen de las penumbras con nuevo atuendo, invariablemente ofreciendo la salvación de México. Aunque, en realidad, están atendiendo sus urgencias e intereses en lugar de abordar las auténticas necesidades y aspiraciones de los mexicanos. 
El distanciamiento que existe entre sociedad y partidos, contribuye a una representación ficticia e histriónica de parte de estos, que simula una democracia que no refleja ni atiende las verdaderas preocupaciones de la sociedad. Como ejemplo citaría al impresentable Alito Moreno que faltó al 76 % de las sesiones de la Cámara; ¡ah! pero eso sí, igual que Markito y Chuchito, se autoasignó una senaduría plurinominal para salvar a México.
Los partidos políticos, en teoría, deberían ser instrumentos para la expresión de la diversidad de opiniones y la representación de los ciudadanos y facilitar así el ejercicio democrático. Sin embargo, en la práctica, la realidad dista mucho de esta idealización. En México, los partidos han caído en una dinámica de clientelismo, corrupción y falta de transparencia, alejándose de su función original de representación ciudadana. No por nada existe un abismo entre la clase política y la sociedad, lo que ha llevado al descrédito total al sistema político.
Uno de los principales extravíos de los partidos es su propensión a priorizar los intereses de la élite política y las oligarquías, en lugar de abogar por el bienestar general. Las prácticas corruptas, la falta de rendición de cuentas y la perpetuación de estructuras de poder abonan la percepción del ciudadano de que los partidos no representan los intereses de la población.
Además, la polarización partidista que todo fragmenta ha llevado a la confrontación estéril entre las diferentes facciones políticas, incapaces de construir acuerdos, lo que acusa un sistema agotado e ineficiente para abordar los problemas que enfrenta el país. Esta polarización contribuye a la falta de consensos, impidiendo avanzar en soluciones y en la síntesis de la contradicción, para que pueda haber evolución.
Así las cosas, el principal problema de la Coalición del Frente Amplio es la vulgar disputa entre partidos por posiciones de poder, lo que oscureció la precampaña a Xóchitl; todo esto porque Alito, Markito y Chuchito, dieron prioridad a asegurar sus curules y las de sus allegados por la vía plurinominal para seguir manteniéndose en el poder. ¡Lo demás no importaba! 
Esta rebatinga entre los líderes de los partidos dejó en el vacío a Xóchitl. Así, la candidata de la Coalición expresó su sorpresa y desencanto, pero mostró que no tiene ningún control político sobre los partidos: “yo no participé, no me consultaron nada”. Esto decepcionó a la sociedad civil, porque no le dejaron ninguna curul, ningún espacio de elección popular, después de haber prometido su inclusión en la Coalición.
En la campaña existe un verdadero dilema sin resolver: ¿Dónde reside la verdadera fuerza de Xóchitl? ¿En su liderazgo, en la sociedad civil, o en los partidos? Estos controlan el dinero y la estructura electoral. ¿Quién cargará a quién? ¿Xóchitl llevará sobre su espalda la pesada losa de los partidos o estos deberían llevarla en hombros a Palacio Nacional? Aunque Claudio X le vendió la idea de que una sociedad mayoritaria, ávida de liderazgo, la marea rosa, la llevaría al triunfo sin regateos.  
La opinión del expresidente Felipe Calderón es que: “Xóchitl los lleva en ancas”. También, afirma que Marko Cortés y sus homólogos, son unos vividores. Y, además expresó que estos son “un lastre” para la aspirante presidencial de la Coalición Fuerza y Corazón por México.
Pero entonces, ¿quién cargará a quién? Xóchitl, desesperada le pide apoyo al PRI de Alito: “Los necesito en la calle, necesito la experiencia y la fuerza de Alito Moreno, porque sé que es un cabrón, pero esto ayuda. Tengan la certeza de que cuando lleguemos al gobierno vamos a gobernar con los mejores y en el PRI sobran y por eso estoy aquí”, aseguró. Pero también, días antes, afirmó que no habrá en su gobierno “pendejos, rateros y huevones”. ¿Cómo resolverá este rompecabezas? Además, asienta que sería una presidenta “chingona,” aunque no dice cómo cogobernaría con los partidos que no controla.
Al parecer ya se le olvidó que a finales del año tachó a Alito de “mal priista” y “oportunista” y aseguró que nunca trabajaría con él, aunque habrá que tener presente que para ser político se necesita saber tragar sapos. Por lo tanto, Xóchitl tiene que aprender a lidiar con el mazacote de partidos: usar diferentes cachuchas, mimetizarse y no olvidar ser candidata ciudadana a la vez: un actor histriónico. Muy difícil, ¿no? 
En su mañanera, apareció con atuendo color rosa, evitando así emblemas partidistas. Todo lo anterior le ha impedido a la candidata de Fuerza y Corazón fijar el rumbo de su discurso de cambio, desvelar su verdadera personalidad y definir su credo político. ¿Quién cargará a quién? 
 

RAA

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