Las frases son sorprendentemente iguales. En su discurso del lunes en la tarde, al presentar su metralla de reformas, el presidente de México retomó —casi en copia— el argumento del dictador Augusto Pinochet cuando justificaba las reformas a la Constitución de Chile.
Dijo AMLO en Palacio Nacional: “Si por nuestros errores, desidia o desviaciones, y valiéndose del dinero o la manipulación que llevan a cabo los medios de manipulación que no de información, los reaccionarios logran regresar al poder, que sea mucho lo que tengan que echar atrás y que la regresión les resulte muy difícil, ardua, hasta el punto que les sea imposible el cancelar los beneficios que estamos estableciendo en bien del pueblo, y que con esa certeza, si regresan los corruptos, las nuevas generaciones puedan, llegado el momento, recuperar el camino de la justicia, la paz, la democracia y la soberanía”.
Jaime Guzmán, ideólogo de la Constitución del dictador chileno Augusto Pinochet, expresó: “La Constitución debe procurar que si llegan a gobernar los adversarios, se vean constreñidos a seguir una acción no tan distinta a la que uno mismo anhelaría, porque —valga la metáfora— el margen de alternativas que la cancha imponga de hecho a quienes juegan en ella, sea lo suficientemente reducido para hacer extremadamente difícil lo contrario”. El párrafo es de su artículo “El camino político”, publicado en 1979, tres años después de que el general encabezó el golpe de Estado contra el presidente democráticamente electo, el izquierdista Salvador Allende.
Los discursos del presidente de México y del ideólogo de la Constitución del dictador Augusto Pinochet son casi iguales. Incluso, el de López Obrador resulta más polarizador que el del chileno.
No solo las frases son paralelas. También los momentos: ambos mandatarios defendiendo reformas profundas a la Constitución que plasmen ahí sus apetitos autoritarios —disfrazados de proyecto de nación democrática— y destilar sus rencores personales.
El ideólogo pinochetista confiesa en el mismo artículo el objetivo final de su proyecto: “que en las elecciones populares no se juegue lo esencial de la forma de vida de un pueblo”. Es decir, que la democracia no lo sea en realidad. Que se diga que hay democracia, pero que nunca puedan cambiar las cosas que quedaron alineadas por la dictadura militar.
Nada más audaz que enarbolar la bandera de la democracia… para destruir la democracia. Esa es la gran farsa que pretende imponer ahora López Obrador con su tren de reformas a la Constitución. Sólo una cosa se interpone entre su deseo y la realidad: el voto del pueblo.
El 26 de enero, con su habitual contundencia, “Brozo” (Víctor Trujillo) planteó que en la elección de este año estaríamos sencillamente votando entre dictadura y democracia. López Obrador se irritó por esa frase. Su candidata presidencial, Claudia Sheinbaum, también. Ambos defendieron en los días subsecuentes la idea de que en realidad ellos representaban el verdadero cambio democrático. Pero lo que hacen y lo que dicen avanza en la carretera del autoritarismo… hasta con las mismas palabras.
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