EL PIRATA

por María Guadalupe Guzmán Murillo

Ser pirata no era un trabajo fácil, pero resultaba muy emocionante. A esa actividad le había dedicado muchos años de su juventud, pero ya era hora de cambiar esa vida. Eso pensaba Toño Pata Loca mientras se tomaba un café; cuando era joven, bebía ron desde muy temprano, pero ahora estaba en la etapa de cuidar su salud.

Por eso, pensaba cambiar de profesión. Tenía un pariente trabajando en el palacio municipal y le dijo que le podría conseguir un empleo. Pensativo, él no se hacía a la idea de cambiar su espada por una mochila y un bolígrafo, de tinta azul de preferencia, para llenar oficios. Estaba nervioso, pero confiaba en su experiencia. Lo que hacían no era muy diferente a la piratería; verán, ahí también saqueaban, pero andaban mejor vestidos, engañaban y mentían igual que los piratas, pero desde una oficina con aire acondicionado. Lo único que lo detenía era un dilema moral, era como un código de ética propio de la profesión. Como pirata, solo robaba a quienes tenían recursos, joyas, plata y armas. Pero algunas de las personas que trabajaban en el palacio municipal robaban tanto a ricos como a pobres, becas y apoyos gubernamentales por igual.

Un día, llamó su primo y le dijo: «Wey, ya se armó, empiezas el lunes.»

TESORO

por Teresa Montserrat Álvarez Pérez

—¡¿Dónde está?! —exclamaba el dragón frustrado, girando en círculos una y otra vez, había dibujado un gran círculo en la caliente y pálida arena bajo sus patas. Sin embargo, su cansancio era tan grande que lo hizo tumbarse sobre ella. Le dolía la cabeza, tenía sed, se sentía mareado y el calor le empezaba a producir alucinaciones muy raras.

—¿Qué buscas, amigo? —se escuchó una voz acercársele.

Cuando se giró, pudo ver a un gran león que lo miraba con cara de maniaco.

—¡Un gran tesoro! ¡El más grande de todos! ¡La varita mágica de la bruja Anmond! —dijo de forma eufórica y gritando a todo pulmón el gran dragón al león.

 —¡Sígueme! ¡Yo sé dónde se encuentra! —declaró el animal al momento que corría.

El dragón entonces corrió tras él apresurado por encontrar el fantástico tesoro, pero el león había desaparecido, dejándolo perdido en un pantano.

—¡Maldito mentiroso! —chilló de rabia y pataleó la arena con saltos descontrolados que terminaron haciéndolo caer en una arena movediza, la cual lo empezó a hundir lentamente. —¡No, no quiero morir sin haber encontrado el tesoro! ¡N000000!

Desde el otro lado del jardín, los vecinos veían con extrañeza y desagrado cómo el joven Luis se revolcaba en un gran charco de lodo de forma dramática, mientras el perro temblaba aterrorizado escondido bajo una silla después de haber sido perseguido por el chico como un demente. Quien nuevamente era víctima de los efectos del «Polvo de ángel» que le habían ofrecido los drogadictos de sus amigos esa misma mañana antes de irse a la universidad.

María Guadalupe Guzmán Murillo y Teresa Montserrat Álvarez Pérez hacen parte del Taller de lectura y escritura de la Red de bibliotecas de Uriangato, coordinado por Carlos Jafar Lopez Ortiz, de donde provienen estos relatos.

Envíenos su cuento a: latrincadelcuento@gmail.com

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