Por Caro Nadele

Me habría gustado nacer del amor. No digo que no existió cuando me gestaron, mas si un acto se vuelve mecánico es probable que los sentimientos cuenten poco. O al menos es lo que escuché decir. Los avances facilitan el proceso, pero de pronto se pierden cosas. La persona que lo dijo hablaba con nostalgia de una época cuando se ponía el corazón por delante. 

Estamos listas y nos expulsan del origen para distribuirnos. Las que vienen con defecto son echadas a un lado sin contemplaciones. Dicen que las regresan al origen y allí sucede algo escalofriante de lo que prefiero no hablar. Las que quedamos, hemos pasado un examen sencillo y somos distribuidas en grupos: estas van para acá, estas para allá, dirige uno. Nuestro grupo es llevado aparte. Se escuchan los rezongos de las otras porque nosotras vamos a un lugar de mayor nivel. Primero nos acicalan y nos tatúan el nombre en la piel. 

Nos conducen a un hotel en Ciudad Hondaverde. Todas en el mismo transporte; me tranquiliza. Aminora la sensación de soledad. Al mismo tiempo surge el anhelo de ser distinta en algún detalle, para decir: nos parecemos, pero esta soy yo. Para colmo, todas tenemos el mismo nombre. No sé qué significa; me agrada, aunque podrían haberle agregado algún distintivo. Ya es bastante con que nos uniformen.

La señorita que me lleva a la habitación correspondiente me observa con simpatía, me toma con cierta ternura y me da el sitio que considera el más apropiado luego de ensayar todos los ángulos. Lo hace por el cliente, para que se sienta satisfecho conmigo. Sin embargo, me dirige una sonrisa como si yo fuera alguien especial, distinta de las demás. 

Se va y me pongo triste; además, muerta de frío porque puso el aire acondicionado a todo lo que da. Hay que dejarlo así para que el cliente se sienta cómodo. El cuarto es agradable, sin duda: desde aquí veo unas cortinas largas en tono gris suave, una cama ancha, alfombra, muebles de madera, lámparas en varios diseños, un sillón acojinado frente a la televisión, un refrigerador pequeño. Al entrar vi el baño, y enfrente, un closet y un espejo vertical. 

De todos modos, me siento abandonada y desprotegida.

Pasa un tiempo y llega alguien. Me pongo feliz, pero él me mira como lo que yo soy: una del montón. Queda más claro cuando te comparan y se comportan como si no estuvieras allí. Es que él viene con otra que lleva un traje dorado como para ir de fiesta. Lo sé porque en la noche se arregla y dice al teléfono: “Te veo en el salón”. Al día siguiente se va sin un adiós.

Días después viene otro. Me mira con desprecio, haciéndome a un lado con brusquedad. Se queja: “¡Tanto dinero para esto”! Hace que ella, quien lo acompaña, se plante delante de mí, presumiendo una piedra roja, muy bonita, en la cabeza. ¡Cómo chispea! 

Lo que no saben es que yo tengo sangre de la buena; lo sé pues quien me examinó lo dijo. Nada más que como me ven sin chiste no hay manera de demostrárselos. Me tratan como si fuera un adorno de la habitación al que pueden ignorar sin congoja. Yo vine aquí para cumplir una función y ni siquiera importa si lo hago bien o no. Basta con que lo parezca. 

Bueno, eso fue antes de que llegaras tú. Reparaste en mí casi en seguida, apenas depositaste un maletín en el escritorio. Me tomaste entre tus manos, me llevaste contigo, y se me quitó el frío. Luego me dejaste conocer tus pensamientos privados y yo te demostré que podía ayudarte a atesorarlos. Así surgió una relación estrecha entre los dos. 

A menudo me acercas a tu boca, me chupas, y parece que te deleitas con mi sabor. ¿A qué te sabe? A veces me muerdes, tengo las huellas de tus dientes. Aunque no me agrada, siento que son las marcas de que te pertenezco. Si casualmente alguien te pide permiso para tomarme, tú dudas; te cuesta trabajo soltarme. Yo tampoco quiero, pero no sé cómo decírtelo. Me agrada que vigiles a la otra persona y me reclames de regreso. 

Hoy escribes algo muy lindo; una frase que copias de un libro y que me toca muy hondo: La pluma es la lengua del alma. Luego te quedas absorto, con la cabeza recargada en el respaldo del sillón. Sé que tus ojos están mirando dentro de ti. Está por comenzar la nueva aventura. Ya mi sangre se agita. ¿En qué nuevo misterio nos adentraremos? ¿Cuál será el color de la atmósfera? ¿Acaso tendrá aroma? ¿Qué clase de gente harás vivir allí? ¡Contigo es como viajar cada día! 

Te inclinas sobre la hoja y quieres escribir. Pero es mi voluntad que escribas mi frase, lo que desde hace mucho quiero decirte. Así que intento obligarte a mover la mano en otro sentido. Te asombras, qué risa; hay una lucha entre los dos hasta que cedes:

“No me lo dices, pero yo sé que me quieres, aunque sea una pluma común y corriente, y me llame Kozumil Resort”. 

Caro Nadele, Originaria de León, Gto., actualmente reside en la ciudad de Guanajuato. Estudió la licenciatura en Psicología en la Universidad de Guanajuato. Desde hace varios años ha participado en diversos talleres de cuento, como Altaller(2014, 2015), en el Taller de escritura creativa en el Mesón de San Antonio, (desde 2016) en Guanajuato capital, y en el Taller de cuento Efrén Hernández(2015) del Fondo de Letras Guanajuatenses. Ha publicado cuentos en: Letras Versales, en la Revista Polen, de la UG, en Micros y Macros, Todos Relatos: Un año a puro relato, Vol. 1 (compilación autores de Taller de cuento Virtual Ciudad Seva), y en La vida va, compilación de autores del Taller de cuento Efrén Hernández, del Fondo de Letras Guanajuatenses.

Envíenos su cuento a: latrincadelcuento@gmail.com

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