Mi generación aprendió más cosas en la calle que en la escuela. El saber se transmitía en la miscelánea donde compartíamos refrescos después de jugar “coladeritas”. Ese modesto espacio cumplía para nosotros la función del ágora en Atenas.

Muchos años después, mi hijo rebasó el aprendizaje escolar gracias a internet, Discovery Channel y libros que ostentaban títulos en caligrafía celta. Atesoró datos de todo tipo y cuando tenía 16 años me preguntó: “¿Sabías que los cerdos duermen del lado derecho?”.

Hasta entonces mi aproximación al mundo porcino se limitaba a las carnitas. En el plano simbólico, sabía que un marranito representa el ahorro, pero ignoraba sus hábitos nocturnos.

La noticia tenía mayor relevancia de la que yo suponía. Según mi hijo, lo importante de que los cerdos duerman del lado derecho es que gracias a eso su pierna izquierda es más sabrosa y se cotiza mejor entre los clientes del jamón de Jabugo.

Luego me hizo otra pregunta que anunciaba su interés por la Medicina, carrera que finalmente estudió, pero que en ese momento asocié con la antropofagia: “¿De qué lado duermes tú?”. ¿Deseaba saber cuál era mi pierna sabrosa?

Recordé una escena de las memorias de Dostoyevski en Siberia. El novelista permaneció cuatro años y cuatro meses en ese gélido infierno, con grilletes en los pies, condenado a trabajos forzados y a recibir dos baños anuales. Ese calvario se vio recrudecido por Krivtsov, guardián que revisaba de noche a los prisioneros y azotaba al que se atreviera a recostarse del lado derecho, con el argumento de que Cristo había dormido del lado izquierdo. ¿Cómo se había enterado de esa íntima costumbre del Mesías? Tal vez por llevar un nombre casi idéntico al del redentor se sentía imbuido de una fuerza fanática. Lo cierto es que su crueldad resultó excesiva incluso para Siberia y fue expulsado del presidio. Años después, Dostoyevski lo encontró en San Petersburgo. El tirano se había convertido en un hombre disminuido, triste, que llevaba un gastado abrigo.

No quise que mi hijo me superara en datos innecesarios y le pregunté: “¿Sabías que Cristo dormía del lado izquierdo?”. Juan Pablo no respondió, pero me miró con desconfianza. Una vez más, yo evitaba dar una respuesta científica y la sustituía por una esotérica.

En la noche aplicó el método empírico y me miró dormir. A la mañana siguiente reveló que mi postura no era la de Cristo sino la de los cerdos. Y agregó un consuelo que en caso de canibalismo serviría de muy poco: “Tu pierna izquierda sabe mejor”.

La ronda de las generaciones alecciona en forma imperceptible. Crees educar a los hijos y, gracias a ellos, te acabas enterando de cosas que no pensabas saber. La pierna izquierda, que me hizo fallar goles decisivos, ahora se convertía en evidencia de un hábito porcino. Como la lectura no siempre trae buenas noticias, eso también me descubrió que yo no dormía como Cristo. Una sencilla pregunta me hizo sentir que dormía de manera equivocada. En sueños, comencé a padecer el temor primigenio de ser devorado por una fiera a causa de mi pierna sabrosa.

Trece años después de que Juan Pablo me hablara del tema, perdí la audición del oído izquierdo a consecuencia de una “hipoacusia súbita”. Dormir del lado derecho se convirtió en una ventaja acústica, pues silencia mi único oído útil. La postura de los cerdos resultó una predestinación.

¿En realidad sólo dormimos de un lado? Volví a leer el libro de Dostoyevski, publicado con los cambiantes títulos de El sepulcro de los vivos o Memorias de la casa muerta. En tiempos de polarización política, regresé a las palabras del excesivo Krivtsov. Ese fanático no podía tener razón. Cristo seguramente se daba la vuelta.

La relectura de un clásico no decepciona. En medio del oprobio, Dostoyevski encontró las virtudes que lo niegan. Los condenados con los que compartía barraca habían hecho algo atroz, pero también poseían insospechadas cualidades. Al repasar esas escenas, el tema de los hábitos nocturnos adquirió un sentido ético: quien sólo adopta una postura se empobrece. Todo integrismo es reductor. El dogmático Krivtsov no entendía que el ser humano es necesariamente ambiguo: aunque prefiera dormir de un lado, tarde o temprano se vuelve al otro.

Es posible que los cerdos hagan lo mismo y eso explique que a veces el jamón de la pata derecha sea más rico.

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