El trasplante de órganos es considerado como una “segunda oportunidad” porque otorga a los individuos una extensión al arrendamiento del bien más preciado: la vida misma.
Es una intervención que literalmente salva vidas, puesto que para muchas personas que presentan una falla terminal orgánica, el trasplante representa el único tratamiento viable que es capaz de prolongar su existencia. Sin un trasplante, esos pacientes presentan un riesgo incrementado de morbilidad y mortalidad, por lo que el recibir un órgano donado les permite hacer frente a esa condición amenazante y continuar viviendo.
El trasplante restaura la función perdida o limitada del órgano afectado, permitiendo a los receptores recuperar un nivel de salud, bienestar e independencia que estaba comprometido por su enfermedad de base. Ya sea un corazón, riñón, hígado, pulmón u otro órgano vital, el trasplante puede aliviar la sintomatología, mejorar la calidad de vida y reincorporar a los pacientes a las actividades que antes les estaban impedidas.  Esto permite recuperar algo que damos por sentado: la “normalidad”. 
Vivir con un órgano con falla terminal resulta en limitaciones físicas significativas, multitud de intervenciones médicas y ajustes importantes del estilo de vida. Un trasplante ofrece la posibilidad de volver a una vida cotidiana, apartada de las limitaciones impuestas por la enfermedad crónica. Los receptores son más libres y móviles.
Un trasplante es esperanzador, ya que si bien el proceso está marcado por la incertidumbre, la ansiedad y la anticipación, para muchos pacientes y sus familias, recibir la noticia de un donador compatible y lograr salir airosos del recambio provoca alivio y optimismo para el futuro. Se convierte en un símbolo de un nuevo comienzo, una esperanza renovada y la perspectiva de poder superar adversidades.
En los receptores de trasplantes y sus allegados se fortalece un sentimiento de gratitud hacia los donantes y sus familias, que de manera desinteresada dieron esa oportunidad de regalar vida. Son testigos y beneficiarios de una profunda apreciación por la generosidad de los donadores de órganos, reconociendo el profundo impacto que su decisión ha tenido en sus vidas y las de sus seres queridos. No debemos olvidar que esa segunda oportunidad representa una extensión de tiempo para seguir con amigos y familiares, crear nuevos recuerdos, celebrar acontecimientos y atesorar vivencias que podrían haber sido solamente un sueño inalcanzable antes del trasplante.
También es notable que el trasplante provoca un crecimiento personal, puesto que sobrevivir a una condición que amenaza la vida y enfrentar un procedimiento médico de este gran calado es una experiencia transformadora. Multitud de trasplantados resurgen con un nuevo sentido y propósito de la existencia, más resilientes y con mayor apreciación de la vida, muchos de ellos convirtiéndose en promotores e inspiradores para otras personas a participar y comprometerse con esta actividad.
Al final, un trasplante de órganos es considerado una “segunda oportunidad” porque ofrece a los receptores la ocasión de enfrentar una condición amenazante, recuperar su función, volver a un camino normal de vida, experimentar nuevas sensaciones, reforzar la esperanza y gratitud y estar más tiempo en este hermoso planeta Tierra. 
Por ello, debemos apostar todos los recursos disponibles para fortalecer estos programas de salud poblacional a nivel nacional, porque desafortunadamente, vamos muy, pero muy atrás. Más de veinte mil personas, hoy, están en espera de un trasplante en nuestro país.

Dr. Juan Manuel Cisneros Carrasco, Médico Especialista en Patología Clínica, Profesor Universitario y promotor de la donación voluntaria de sangre
 

RAA

Leave a comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *