Algún remoto ancestro descubrió que una piedrita no significaba nada, pero cien piedritas formaban una colección. Desde entonces, juntamos cosas para otorgarles un sentido que no tienen cuando están aisladas. Gracias a esa pasión, los museos se han llenado de pinturas, aparatos en desuso, esqueletos y animales disecados.

Más interesante que las posesiones es la mente de quien las reúne. El coleccionista no descansa nunca. En El sistema de los objetos, Jean Baudrillard define esa neurosis: “La presencia del objeto final significaría la muerte del sujeto“. Hay quienes derrochan en radios de bulbos, antiguos videojuegos o diamantes. Otros obedecen a un interés que debemos llamar “público”, pues coincide con los gustos de las mayorías. Es el caso del argentino Marcelo Ordás, creador de Legends, galería de camisetas de futbol en la Puerta del Sol de Madrid. Gracias al periodista Antonio Moreno pude visitar ese espacio en 2023, poco antes de que fuera inaugurado.

Los poetas rusos intercambiaban sus camisas como un símbolo de que entregaban su propia piel. De manera menos exaltada, los futbolistas hacen lo mismo al término del partido. Miles de camisetas cambian de manos, pero no todas valen lo mismo. Ordás persigue las que tienen valor histórico por su antigüedad, su diseño o el cometido al que sirvieron. La prenda que Pelé usó en México 70 vale más que la que usó en Inglaterra 66: no es lo mismo ganar un Mundial que salir pateado de la cancha.

Ordás ha conseguido célebres sudarios sin disponer de otra moneda de cambio que la pasión. Le pregunté cómo se decidió a recorrer el mundo en pos de camisetas y contó una historia. A los 18 años fue con su padre al Mundial de Italia. Nadie vive el futbol con la intensidad de un adolescente que asocia sus deseos y frustraciones con el partido. El 24 de junio, Día de San Juan, Argentina enfrentó a Brasil en octavos de final. Ordás estaba en la tribuna, mordiéndose las uñas. La selección albiceleste se salvó de milagro de tres o cuatro tiros que dieron en los postes. Quiso la mala suerte que los Ordás estuvieran muy cerca de la torcida brasileña, que se dedicó a insultarlos con las más generosas procacidades. Una reja bastante endeble separaba a Marcelo de esos “ángeles de la boca sucia”, como Nelson Rodrigues llamaba a los fanáticos vociferantes, tan temibles como necesarios. Argentina parecía a punto de naufragar cuando Diego inventó un pase al hueco que sólo a él se le podía ocurrir y dejó a Caniggia solo ante el portero. El ariete anotó y lo que vino a continuación fue el delirio: Marcelo saltó a la reja de los brasileños; ahí colgado, gritó el gol más estruendoso de su vida. Segundos después se desmayó.

Despertó en la enfermería del estadio. Lo primero que preguntó fue cómo terminó el partido. “Ganamos, pibe”, le dijo un directivo de la Federación Argentina. Luego lo llevó al vestidor para ver a Caniggia y contó su historia. El delantero escuchó en silencio; al modo de un héroe homérico, tomó su camiseta y dijo: “Te la ganaste”. Fue la primera prenda de la colección.

Lo más interesante en la búsqueda de camisetas es que el dueño no es quien la usó sino la persona con la que la cambió. Para obtener el talismán de Maradona debes buscar a su rival. Marcelo depende de quienes han sabido honrar a sus oponentes, lo cual convierte a su galería en un santuario del respeto.

Su capital decisivo sigue siendo la pasión. ¿Cómo conseguir la camiseta que Diego usó en la final de México 86? Marcelo visitó a Lothar Matthäus, el alemán que se había quedado con ella. Para entonces ya disponía de patrocinadores, pero no fueron necesarios. El crack alemán lo oyó hablar y le regaló esa pieza decisiva.

Pero no todo es color de rosa. En 2022, Ordás fue a Londres, donde se subastaba lo que para muchos es la “sábana santa” del futbol: la playera azul oscuro que el 10 argentino usó en México para derrotar a Inglaterra con el mejor gol legal y el mejor gol ilegal de la historia. Diego Barcala escribió con ingenio en la revista Líbero: “No iba solo, le acompañaban cinco millones de dólares en el bolsillo”. El coleccionista ya pertenecía a la élite de compradores; sin embargo, fue superado por el emir de Qatar, quien pagó ocho millones de dólares, “récord absoluto por un objeto deportivo”, escribe Barcala.

Esa derrota entraña una enseñanza: nada vale tanto como lo que se consigue gratis.
 

Leave a comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *