Transformar un sistema de salud requiere una inversión significativa para implementar reformas, mejorar la infraestructura, expandir servicios, capacitar y adiestrar personal y mejorar la accesibilidad y oportunidad de los servicios de salud. Es no menos que cretino creer que se pueden hacer cambios en los sistemas sanitarios y lograr la efectividad deseada sin un financiamiento robusto.

¿Para qué se requiere inversión en salud? ¿Por qué se requiere destinar una parte sustantiva del presupuesto del estado para mejorar la asistencia sanitaria? Pues porque sin ello resulta imposible mejorar la infraestructura y tecnología, modernizar las instalaciones hospitalarias, adquirir equipos de última generación e implementar sistemas de información en salud. De igual manera, es improbable poder contar con profesionales suficientes en número y con entrenamiento adecuado que puedan desempeñarse cabalmente en su labor con una remuneración justa. También, se reduce la capacidad de llevar a cabo iniciativas de salud pública y de medicina preventiva, como campañas de vacunación, educación en salud y prevención de enfermedades transmisibles. Pensar en mejorar la calidad de la prestación de servicios se vuelve un objetivo lejano de alcanzar si no hay financiamiento y la implementación de sistemas de acreditación o de estandarización se vuelve no menos que difícil o a veces imposible. Al final, las reformas orientadas a mejorar los servicios de salud o por ejemplo, evolucionar a una cobertura universal, se ven imposibilitadas sin una inversión sustantiva.

Ahora, si bien es parte esencial de la democracia la expresión de aspiraciones, metas u objetivos por parte de los candidatos a ocupar un puesto de elección popular, se esperaría que estos individuos tuvieran planes reales para poder alcanzarlos. Sin embargo, en multitud de ocasiones los políticos realizan promesas en campaña sin conocer realmente si estas podrán ser factibles. Efectivamente, esto puede ser un movimiento “estratégico” para ser más atractivos a ciertos votantes o generar entusiasmo o apoyo, pero al no tener cumplimiento con acciones concretas al ocupar el cargo, erosionan la confianza en los procesos políticos y desilusionan a los votantes.

Una promesa frecuente es la de “mejorar la salud de los ciudadanos” o “proveer el mejor sistema de salud”, pero hacerla sin tener objetivos específicos, grupos de trabajo orientados a su cumplimiento o sin siquiera saber “de dónde van a salir los recursos”, es lamentable y suena más bien a estafa. Se debe tener conocimiento de causa sobre disponibilidad presupuestal, administración y fiscalización de recursos e incluso una proyección específica de gastos, para que estos fondos se usen de manera eficiente y equitativa.

Por ello, no es atrevido afirmar que hacer promesas durante una campaña electoral para mejorar el sistema de salud, sin dejar claros los planes y los recursos necesarios para lograrlo, se transforma en expresar solamente deseos por parte de los candidatos o incluso se vuelven palabras huecas que únicamente endulzan el oído de los votantes. Pues bien, comenzaron las campañas y comenzaron las promesas, es parte de nuestro compromiso como ciudadanos conocer y evaluar las diversas plataformas políticas y hacer las preguntas y comentarios pertinentes al escuchar a los candidatos y cuestionar sobre el origen de los recursos y la inversión proyectada para los servicios y sistemas de salud en sus proyectos de gobierno. Participemos todos, pues es lo necesario. Es tiempo.

Médico Especialista en Patología Clínica, Profesor Universitario y promotor de la donación voluntaria de sangre.

 

RAA

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