Cuando los países democráticos del mundo reclamaban a Nicolás Maduro su acoso a la oposición —persecución, exilio, encarcelamiento de cualquiera que pudiera disputarle el poder— el gobierno de López Obrador se quedó callado.
Con la natural simpatía de quien considera que nadie en derredor lo empata en inteligencia, el entonces canciller Marcelo Ebrard salió a explicar que México no condenaba a la dictadura venezolana no porque existiera una afinidad ideológica entre López Obrador y Maduro, sino porque nuestro país estaba tendiendo puentes de confianza con ambas partes —el gobierno y la oposición de Venezuela— para lograr un diálogo con miras a la adopción de reglas democráticas. Incluso se difundió que el subsecretario Maximiliano Reyes era el funcionario operando de lleno en este proceso.
Pasaron años, el diálogo auspiciado por México no sirvió para acordar ninguna vía democrática en Venezuela, y sí en cambio le fue útil a Nicolás Maduro para comprar tiempo, obtener oxígeno político, reagruparse, reabastecerse y cristalizar lo que hemos visto en semanas recientes: una nueva embestida autoritaria contra la oposición venezolana. Juan Guaidó, Enrique Capriles y Leopoldo López —tres que fueron poderosos rivales de Maduro— están exiliados. María Corina Machado, quien según las encuestas hoy le ganaría cómodamente a Maduro una elección democrática, ha sido inhabilitada por el régimen para competir usando argucias legaloides. Y sus operadores de campaña: Emil Brandt Ulloa, Henry Alviarez y Dignora Hernández, los que recientemente han sido detenidos y encarcelados por las autoridades.
Con esta embestida, Maduro violó también sus acuerdos con Estados Unidos para que le levantaran las sanciones económicas a su petróleo (fuente indispensable de financiamiento del régimen venezolano) a cambio de que permitiera elecciones libres, democráticas y con la participación de todos los opositores que lo desearan.
Lo del diálogo promovido por AMLO entre los rivales políticos venezolanos fue usar a México para jugarle de comparsa al dictador, con quien lo hermana una afinidad ideológica robusta. AMLO no fue un tonto útil. Tonto no, útil sí. No es que Maduro le haya visto la cara a López Obrador. En realidad, AMLO nos quiso ver la cara a todos: para el presidente de México, si el abuso antidemocrático lo comete alguien de izquierda, declara que él no se mete en asuntos de otras naciones; si el atacado es de izquierda, pone el grito en el cielo (Evo Morales en Bolivia, Lula en Brasil y Pedro Castillo en Perú son ejemplos diáfanos).
Maduro fue el gran ganón de toda esta farsa. López Obrador fue su comparsa. Ebrard, timorato como acostumbra, hizo como que no se dio cuenta. Y el subsecretario promotor del diálogo terminó protagonizando el escándalo internacional que lo embarró como facilitador del negocio de intercambio de petróleo venezolano por alimentos, carbón y aluminio.