Por Alma Delia Murillo

Camino entre zumbidos de voces que no hablan español, how lovely, really good stuff, oh niiiice… acabo de ver un departamento vacío porque me ha caído de nuevo la maldición que me persigue y tengo que mudarme, el dueño se llama casi como Walter Benjamin, se lo hago notar y me corrige una letra que lo diferencia de su posible homónimo, luego me espeta un “¿pero tú eres mexicana, verdad?”. Respondo que si no se nota, con este color de piel y este nombre y este acento ni cómo decirle que soy sueca; no le caigo en gracia, nunca entendió a cuál Walter me refería, no hay clic, nos despedimos. Me abruma el griterío en inglés mientras voy caminando, pienso en Rosario Castellanos: sólo el silencio es sabio, pero yo estoy labrando, como con cien abejas, un pequeño panal con mis palabras.

El propietario del departamento donde vivo ahora -este no comparte nombre con filósofo alguno- va a rentárselo a unos extranjeros 40% más caro de lo que me lo alquila a mí. Mi enraizamiento es el bosque, por eso no quiero irme, por eso me duele, y porque estoy agotada, creo que esta será mi mudanza número veinte.

Pero estoy descolocada, sobre todo, porque empiezo a escribir una novela nueva, ¿cómo voy a construir mi panal de palabras cuando sé que tengo que trapichear libros, muebles, cacharros de cocina y recuerdos mal cuajados a una casa distinta que no sé ni cuál será porque no la encuentro?, y para ganar una estancia bien iluminada con ventana y fragmento de árbol (nótese el título mamón de museo itinerante) tengo que hacer alarde de mis cualidades: es para mí sola, no tengo hijos ni mascotas, soy la mejor inquilina del mundo, soy escritora y un jodido etcétera que me tiene agotada porque no hago más que confirmar que nada importa, podría describirme como desgranadora de maíz ancestral en todo Mesoamérica o ninfa del bosque descendiente de la realeza nórdica o científica recién premiada en África, lo que importa es cuánto puedo pagar. Y quien pueda pagar más, se quedará con el pedazo de ventana y el fragmento de árbol.

Hay quien me pregunta ¿por qué no te compras un departamento tú que trabajas tanto? y me dan ganas de tener un brote psicótico y gritar: ¿usted ha visto los precios?, ¿las tasas de interés hipotecarias?, ¿lo inaceptable que es el perfil de alguien como yo que no está en la nómina de un corporativo?, ¿le han hablado de los cárteles inmobiliarios que hay en esta ciudad?, ya ni le cuento de la batalla extenuante que es lograr un poco de movilidad social para una persona que viene de donde vengo yo sin herencias y con un origen treinta códigos postales más lejanos de la meca donde me aferro a vivir… ya sé, quién me manda. Pero mirando más allá de mi minúsculo drama personal, la crisis de vivienda en una ciudad como esta es un síntoma: en la valoración derecho humano vs fuente de riqueza, el negocio ganó y la vivienda se ha convertido en mercado feroz detonado por múltiples factores que ya conocemos, la escasa oferta, la demanda imparable, los nómadas digitales, los sistemas de alquiler temporal y, el más importante porque es donde se podría hacer algo desde ya, es la falta de regulación del Estado.

Un desplazamiento incesante reconfigura la ciudad para dejar un centro cada vez más exclusivo a quien pueda costearlo y sí, los perfiles de quienes tienen una moneda más fuerte que el peso mexicano llevan la delantera. Citizenship: Money.

Pienso en la hipocresía de nuestra civilización que siempre mira mal a un tipo de migrantes y muy bien a otros, pienso en el jaleo en Mazatlán de quienes quieren restringir a los músicos que se ganan la vida tocando en la playa… no sé qué vamos a hacer cuando facturen el sol para quien pueda pagarlo, o cuando un “sólido corporativo generador de empleos” respondiendo a la petición de sus clientes premium solicite que el carrito de los tamales oaxaqueños y el pregón de la ropa usada que venda dejen de sonar porque nuestra ciudad les gusta, pero nosotros, sus habitantes, no tanto.

Los modelos de negocio extractivista llegaron para saquear todos los recursos, incluidos los humanos, que también somos parte de esta naturaleza de la que nos hemos escindido.

Mientras tanto, escritora mexicana (ups!) busca departamento con pedazo de ventana y fragmento de árbol, por si saben de algo.

 

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