En los últimos meses, es notorio que la retórica bélica ha aumentado. Los líderes políticos y militares de diferentes países han utilizado un lenguaje más agresivo y amenazante en sus discursos públicos, lo que ha incrementado las tensiones y la hostilidad entre las naciones. También, es innegable que hay movilizaciones militares masivas, observándose movimientos importantes de tropas, equipo militar y armamento en diferentes regiones del mundo, lo cual es señal de preparación activa para el conflicto.
De la misma manera, ya ha sido visible el despliegue y la aplicación de sistemas de defensa, así como la movilización de fuerzas nacionales en cooperación con aliados. El personal diplomático está viviendo momentos de tensión e incluso varios de ellos se están retirando de diferentes países y los consulados y embajadas están experimentando presiones aumentadas debido a la previsión de posibles conflictos.
La ciberactividad hostil está en aumento y la escala de ataques cibernéticos ha incrementado, amenazando estructuras críticas, instituciones gubernamentales y empresas. La industria bélica se moviliza y la producción y almacenamiento de armamento convencional y de última generación vuelven a ser un excelente negocio (si es que alguna vez dejaron de serlo).
Se están estableciendo cada vez más estados de emergencia o se están formalizando declaraciones de querellas internacionales, sanciones económicas, embargos comerciales y restricciones al flujo de personas y mercancías como intentos de presión. Todo lo anterior es muestra de un planeta convulsionado y, según la opinión de expertos, podría ser una antesala potencial a un conflicto de envergadura mundial.
Un enfrentamiento de esta magnitud puede tener (algunas manifestaciones ya son visibles) consecuencias de gran calado para los sistemas de salud globales, como el aumento de lesiones y muertes traducidos en presión extrema para proporcionar servicios sanitarios (especialmente los de emergencia) o la escasez de suministros médicos debido a la repentina demanda incrementada en áreas de conflicto, que puede superar la capacidad de producción y distribución. De igual manera, los desplazamientos masivos generan crisis humanitarias con necesidades apremiantes de atención médica, refugio y alimentos para los desplazados, lo que representa dificultades y desafíos significativos para el personal de salud, que estaría enfrentándose a situaciones de alto peligro, escasez de recursos y carga emocional sustantiva. No hay que olvidar que la interrupción de servicios básicos es la regla, desde el acceso a recursos primarios como agua o energía, hasta la atención médica prenatal, la vacunación o el tratamiento de padecimientos crónicos, así como el aumento de enfermedades infecciosas debido a condiciones insalubres. La destrucción no es selectiva y es frecuente el daño (a veces arrasamiento) de la infraestructura sanitaria, lo que dificulta aún más la capacidad de los sistemas para brindar atención, además de causar trastornos en la distribución de ayuda humanitaria y en la recuperación post conflicto, sin olvidar el impacto en la salud mental de los afectados y los proveedores de servicios.
¿Qué hacer?, ¿Cómo actuar? Es difícil decirlo; sin embargo, será importante estar pendientes de la geopolítica internacional para identificar situaciones de extremo riesgo. Será labor de dirigentes y gobernantes hacer lo propio para desescalar la avanzada bélica y, esperemos que no llegue a ser necesario, tener y aplicar planes de emergencia y respuesta ante un potencial colapso sanitario generado por un conflicto armado de magnitud global.
Este es un tema de interés público. Como ciudadanos, debemos estar atentos.

Médico Patólogo Clínico. Especialista en Medicina de Laboratorio y Medicina Transfusional, profesor de especialidad y promotor de la donación altruista de sangre

 

RAA

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