Fernanda alta, delgada, de. Familia católica, conservadora, niña consentida criada con holgura, lleva en su corazón las historias que su abuelo le contaba de su tierra natal, Valle de Santiago, cuyo nombre original es Caménmaro que en purépecha significa lugar de estafiate; planta llamada también artemisa, medicinal usada para tratamiento contra padecimientos digestivos: diarrea, disentería., parásitos y cólicos.
En sus paseos de pequeña recuerda haber visto llenos de agua los 5 volcanes más visitados; el que más le gustaba era el Rincón de Parangueo porque año con año llegaban gran cantidad de aves migratorias; de las seis que visitaban ese mágico lugar, las que más le agradaba ver, el pato cabeza roja, las garzas blancas y los colibríes de cola ancha. Su abuelo le explicaba que ahí en el lago habitaba un mosco que aunque tenía alas le gustaba estar dentro del agua y ahí procrear, este era el platillo favorito para estas cansadas aves que venían desde Canadá.
Le gustaba visitar este lugar, hasta que en una ocasión cuando estudiaba una maestría en derecho ambiental dejó de ir, porque enseguida consiguió un buen empleo.
Cuando regresó y fue de peso con sus amigas, el lago había desaparecido. Ese día se sentó a llorar, no podía aceptar la pérdida de aquel encantador lugar donde resaltaba el turquesa con la blanquísima arena fina, que más parecía talco que acariciaba sus pies. Como si el mejor pintor hubiera diseñado tan colorido y hermoso paisaje, hoy no está. ¿Cuál era la causa? ¿Quién lo hizo?, esas preguntas le quedaron grabadas. Ese día su vida dio un giro, nació el deseo de hacer algo por su pueblo. En esa época se percató de la pérdida gradual del recurso más valioso, el agua.
Fernanda camina con paso ligero y decidido a una entrevista con la presidenta Municipal, viste pantalón pesquero color caqui, blusa verde agua, todo de ligera manta. Un sombrero de piel. Aunque va vestida para sobrellevar el calor y es temprano, el sol se hace presente anunciando un día sofocante. La ciudad está desierta de árboles dejando paso libre al viento que transporta el polvo por la ciudad, ofreciendo una sensación triste, de abandono. Con esta carga emocional sigue su camino, segura de la capacidad que tiene para argumentar, convencer. Le sorprende ver que un señor está barriendo la banqueta con el chorro de agua de la manguera. Observa, ve la cochera, y la banqueta de su vecina mojada, el señor sigue su limpieza con el chorro de agua, no sólo su espacio sino el de sus dos vecinas. Fernanda se acerca y le dice:
—Buenos días, señor, ¿sabe de dónde viene el agua que está usando?
—Del cielo. —Le contesta sin voltear a verla y sigue tirando el agua como si fuera infinita. Fernanda respira profundo: esta gente no tiene idea de dónde viene el agua, se dice para sus adentros, y arrecia el paso. Ve a una señora echando cubetas de agua a su cochera, banqueta y media calle, pregunta de nuevo y la señora le contesta.
—Pos en mi rancho brotaba debajo de un árbol, de ahí la tomábamos
Fer le sonrió y le dio las gracias. No lo podía creer. En pleno momento del estío, cuando todo mundo tiene calor y sed, esta gente tira el agua encantada de la vida, sintiéndose limpia…
Su carrera la hizo en Guadalajara, su maestría en Ciudad de México. Allí aprendió otra forma de hacer política, y sobre todo de las obligaciones ambientales de los servidores públicos y de la ciudadanía. Deseaba implementar un cambio en Guanajuato, para ello había dado capacitación a los candidatos.
Mientras camina piensa cómo abordar a la presidenta. No le costará trabajo hacerse escuchar. Sonríe para sí, se sube buena argumentadora, tiene experiencia en debates.
Una joven la conduce y le ofrece un té o un café.
Llega la presidenta, es una señora de mediana edad, morena, pelo corto, usa lentes. Su atuendo es sobrio y ligero, en conjunto da una imagen de seriedad.
—Buenas tardes, dígame en qué podemos servirla.
—En mucho, señora presidenta, primero quiero presentarme: soy Fernanda Vásquez Canchola. Abogada. Gestioné para que llegara al poder un gobierno progresista y la verdad estoy muy decepcionada. En la ciudad no ha habido los cambios esperados: el mayor presupuesto se ha ido al campo. Explíqueme porque no entiendo tal aberración. Fernanda traía el ánimo caliente por lo que había visto. No era sólo eso sino que después de haber vivido en otras ciudades su mirada hacia Valle era de turista, del que llega y observa todo.
—Con gusto le muestro el porqué de nuestro proyecto, si está usted dispuesta a escuchar.
—A eso vine, señora presidenta.
—Hemos tenido muchas discusiones en el cabildo para maximizar los recursos y resolver el mayor número de problemas. Por ejemplo, era urgente construir sanitarios para toda la gente que recoge la basura. Era un cochinero, estaba todo abandonado. Pero no me salgo del punto, destinamos el recurso al campo, porque de ahí sale la comida, quisimos favorecer la reforestación para llamar las lluvias para que los mantos acuíferos se abstengan de agua . —Fer interrumpe y le dice:
–Y que la gente tire el agua a manos llenas.
La presidenta hizo acopio de toda su paciencia .
—Sé que hay que reglamentar, pero ese es otro punto. Como le iba diciendo , la reforestación también nos ayuda a disminuir la contaminación.
—Pero siguen quemando esquilmos. [Continuará]
María Leticia Ochoa Zepeda vive en Irapuato y es presidente del grupo ecologista Planeta Cuatro, escribe para adultos y jóvenes con el ánimo de despertar su conciencia en las urgencias ambientales de nuestro planeta. Hace parte del Taller de Escritura Creativa del IMCAR.
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