La presentación de la ópera Parsifal de Richard Wagner es un hecho histórico nacional. Recordemos que esta ópera fue estrenada en Bayreuth, Alemania, en 1882 y solo hasta ahora, ¡casi siglo y medio después! es por primera vez presentada en nuestro país, después de 142 años de su estreno en Alemania. El extraordinario trabajo de un enorme equipo orquestado desde el Forum Cultural Guanajuato en conjunto con Grupo Salinas, me hace sentir profundamente orgulloso de la actividad cultural de Guanajuato así como de la madurez artística y capacidad de organización claramente evidenciada.
Por otra parte, sabemos que hay personas que aunque reconocen la fenomenal creatividad musical de Bach, no disfrutan de escuchar su música, o algunas obras específicas, pues la juzgan demasiado intelectual o difícil. En el mejor de los casos disfrutarán de los Conciertos de Brandemburgo, pero no de: El Arte de la Fuga o, La Ofrenda Musical, por decir. No debe por tanto sorprendernos -y creo que debe de ser respetado- que argumentos similares se presenten acerca de la música de Wagner. Hay personas que aunque reconocen su genialidad musical, piensan que algunas de sus obras, como Parsifal, son francamente soporíferas y afirmarán que óperas como La Valquiria o Lohengrin, al menos contienen fragmentos famosos que son asombrosos, sin embargo este no es el caso de Parsifal.
En mi opinión a la anterior apreciación contribuye tanto la duración de esta ópera -cinco horas y media- como su temática sacra. Escuchar argumentos místicos sobre el Santo Grial, la sangre, el dolor, la virtud y sufrimiento del Salvador, entre muchas otras cosas parecidas, durante casi seis horas, no es algo que fácilmente se le pueda pedir a una persona y a un público no habituado a estos espectáculos.
Además, aparte de la música sacra y su lenta temática profundamente espiritual, el público no habituado a esto, enfrentará el asombro y la perplejidad de ver continuamente a personajes que incomprensiblemente caminan en el escenario en cámara lenta.
Como dato curioso recuerdo que durante los últimos años de la década de los setenta del siglo pasado, tuve la oportunidad de asistir al Festival de Wagner en Bayreuth, en el teatro que Wagner construyó exclusivamente para este festival. Ahí presencié Tannhäuser. Me sorprendió lo rústico de las butacas, de madera pura sin ningún forro que la suavizara. Una persona me comentó que este diseño fue algo deliberado de Wagner para evitar que la gente se durmiera en sus largas óperas. Sabemos que Wagner fue un tipo tremendamente excéntrico y no dudo que elegir esas incómodas butacas haya sido realmente su idea.
Otros ejemplos de su excentricidad los encontramos en el hecho de que para la opera Parfisal, Wagner pidió “que no se aplaudiera” ni entre actos ni al terminar la función, esto para no romper con el carácter místico y sacro de la obra, tradición que fue celosamente respetada en Bayreuth hasta 1964.
Por último tenemos que el Festival de Bayreuth estableció un monopolio absoluto sobre las representaciones de Parsifal, que por instrucciones de Wagner solo podrían darse fuera de Bayreuth hasta treinta años después de su muerte, es decir, hasta 1913. Sin embargo en 1903 la ópera fue representada “ilegalmente” en el Metropolitan Opera de Nueva York. A partir del primero de enero de 1914 tuvieron lugar las primeras representaciones “legales” fuera de Bayreuth. El asunto de los aplausos actualmente está olvidado y, ya sea para despertar a los asistentes después de cada acto o por simple inercia, actualmente la gente aplaude.
Creo que una importante objeción a la reciente presentación de Parsifal es el hecho de que para un público nuevo, que asiste a una primera ópera, resulta tremendamente intimidante, o francamente aburrida y letárgica -como efectivamente algunos jóvenes me comentaron al terminar la función-. Esto es una lástima pues se debería de hacer el máximo esfuerzo para atraer al público joven y no alejarlo.
Sugerencias para futuras producciones -evitando repetir compositores cuyas obras ya se han presentado en el Auditorio del Bicentenario- serían la majestuosa historia de amor de “Eugene Onegin” de Tchaikovsky, o la bellísima y fantasiosa “Rusalka” de Dvorak, o la simpatiquísima y deslumbrante “Candide” de Bernstein, desde luego, hay mil otras opciones.
En mi opinión, en esta presentación de Parsifal todos los participantes, director, orquesta, solistas, etc., se llevan palmas de oro; pero el máximo reconocimiento es para el Coro; simplemente mágico, en algunos momentos celestialmente etéreo, sencillamente extraordinario.