Cristina Rivera Garza se ha convertido en la primera voz mexicana en recibir el Premio Pulitzer en la categoría de ficción. El galardón, fundado en 1917, esperó más de un siglo para que eso ocurriera.

El Pulitzer puede ser obtenido en la rama de periodismo por personas de cualquier nacionalidad que hayan publicado textos inéditos en medios de Estados Unidos. En el caso de la ficción es necesario pertenecer a ese país o tener ahí residencia permanente.

Nacida en Matamoros, Tamaulipas, en 1964, Rivera Garza ha estudiado y enseñado a ambos lados de la frontera. Licenciada en Sociología por la UNAM, se doctoró en Historia Latinoamericana en la Universidad de Houston, donde también recibió el doctorado honoris causa y donde fundó el primer Programa Bilingüe de Escritura Creativa con nivel de posgrado, que actualmente dirige. Mientras Donald Trump prometía construir un muro, ella abría un espacio para escribir y pensar en los dos idiomas de la frontera y en sus posibles mezclas. Sus méritos universitarios también la han llevado a obtener la beca MacArthur, conocida en el circuito académico como la beca “Genius”.

Esta intensa labor académica no la ha apartado de la escritura. En su primera novela, Nadie me verá llorar, recuperó los incipientes pasos de la psiquiatría mexicana. Buena parte de la trama se ubica en el sanatorio de La Castañeda. No es casual que una observadora de la vida fronteriza se haya interesado en la condición limítrofe (borderline) de los pacientes, muchas veces acusados de locura por discriminación.

Rivera Garza mezcla el ensayo y la ficción para narrar decisivos episodios nacionales. Había mucha neblina o humo o no se qué explora los recorridos laborales de Juan Rulfo y los escenarios en los que se basó, entre ellos, el pueblo fantasma de Luvina, que se encuentra casi vacío porque es un sitio de expulsión de migrantes.

En Autobiografía del algodón, retoma pasajes de El luto humano, la novela de José Revueltas, y sigue las rutas de los indígenas que fueron a trabajar al norte del país. Esto la lleva a descubrir el origen cultural de su propia familia, que provenía de San Luis Potosí, pero había borrado las huellas de su procedencia indígena.

Cronista de una patria movediza, Rivera Garza revela que el país entero es tierra de nadie y que la frontera está en todas partes.

El Premio Pulitzer le fue concedido por la versión en inglés de El invencible verano de Liliana, crónica del asesinato de su hermana, ocurrido el 16 de julio de 1990. Como tantos feminicidios, éste sigue impune y la autora decidió someterlo al tribunal alterno de la memoria. A través de cartas y recuerdos, reconstruyó la imagen de una joven cuya principal riqueza era el futuro. Lección ética, el libro no pone el acento en lo que se destruyó sino en lo que resiste más allá de la destrucción. En el tiempo sin tiempo de la escritura, Liliana vuelve a tener la vida por delante. Esta valoración de la ausencia no restituye lo perdido, pero impide que desaparezca.

El 21 de julio de 2023 Rivera Garza preguntó en su discurso de ingreso al Colegio Nacional: “¿Cómo escribir contra la violencia utilizando el lenguaje que le da pie y la normaliza?”, y respondió: “Escribir es una práctica fundamentalmente crítica. La escritura creativa tiene la capacidad de despertar y activar un lenguaje que, desde el poder y dentro de los parapetos del poder, se entumece y paraliza. Mi tarea como escritora en esta y otras materias es, luego entonces, explorar y desbrozar, subvertir y complicar esas narrativas que se presentan como cosa dada o como condición de existencia”.

En esa misma ocasión, comenté al responder sus palabras: “El horizonte de los desplazados es desconocido, pero nuestra literatura tiene una singular manera de contarlo. Rivera Garza es la gran autora de los desplazamientos forzados y voluntarios, producto de la necesidad o de la rebeldía, determinados por el esfuerzo físico o los trabajos de la mente. En tiempos digitales recupera realidades y escucha a los que van a pie. Como historiadora, pero sobre todo como escritora, sabe que el pasado siempre está a punto de ocurrir”.

Un escritor relevante da realce al premio que se le otorga. Tuvieron que pasar 107 años para que el Pulitzer se honrara a sí mismo con la excepcional voz migratoria de Cristina Rivera Garza.

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