Lo hecho por López Obrador y Octavio Romero contra María Amparo Casar es una infamia, bajo cualquier posible definición de la palabra. Pero más que rasgarse las vestiduras -inútil- o solidarizarse con ella -indispensable- conviene tratar de entender qué hace el régimen, por qué lo hace, y cómo se puede responder.

En primer lugar, el ataque a Casar y a Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad (MCCI) comenzó casi desde el arranque del sexenio. El número de menciones de Casar es de más de sesenta en las mañaneras. La ofensiva no se limitó a insultos en las mañaneras. López Obrador procuró, en público y en privado, convencer a USAID y a la Casa Blanca de suspender el financiamiento que MCCI recibía desde su creación. Asimismo, presionó o amenazó a empresarios mexicanos para que desistieran de cualquier tentación de apoyar a Casar con recursos propios. Algunos atendieron la solicitud.

Luego, conviene recordar que la calumnia sobre los motivos del fallecimiento del esposo de Casar en 2004 no data de la semana pasada. Aparece toda la diatriba en el libro del Presidente, ¡Gracias!, que circula desde marzo de este año. Es decir, las acusaciones de corrupción y manipulación de documentos no fueron provocadas por el nuevo libro de María Amparo, ni por revelaciones recientes de MCCI.

¿Pura venganza? No estoy tan seguro. Creo que AMLO piensa mucho más, como todos sus predecesores a estas alturas, en su legado, con el narcisismo que lo caracteriza. Sabe que en el seno de la opinión pública comienza a calar la idea de que no se ha avanzado en reducir la corrupción, y que los escándalos de sus hijos, hermanos, primos y colaboradores cercanos pueden crecer en el séptimo año del sexenio: el más inclemente. El mejor antídoto consiste en denigrar, desacreditar, desprestigiar a quienes han producido las principales revelaciones sobre la corrupción de su entourage. MCCI ocupa un distinguido sitio en dicha constelación. De ser así, podemos esperar ofensivas parecidas, ligadas al legado: unas de corrupción, otras a la supuesta solución de los episodios críticos del pasado, como Ayotzinapa, y otros más lejanos.

Por último, sería útil que los valientes conductores y periodistas que firmaron el manifiesto a favor de Casar trataran de arrojar más luz sobre el caso. Subsisten muchas lagunas, que no debieron ser asunto de nadie, pero visto que López Obrador los divulgó, conviene esclarecerlos. Van desde la secuencia de los peritajes, el dictamen de la aseguradora inglesa que pagó el seguro de vida, la naturaleza del “influyentismo” al que se refiere López Obrador en su libro, hasta la supuesta reunión entre el procurador del DF de entonces, Bernardo Bátiz, y la propia Casar acompañada por Héctor Aguilar Camín.

Ya lo ha empezado a hacer, entre otras Azucena Uresti, en una entrevista con Bernardo Bátiz. Basta con que además reporteros de los medios independientes, y hasta de los corruptos, acosen -sí, es la palabra correcta- a Bátiz hasta que responda a una pregunta muy simple: el encuentro ¿tuvo lugar, sí o no? A Uresti le respondió que no recuerda haber celebrado esta reunión, pero que la memoria de López Obrador es mejor que la suya: “¿Qué horas son? Las que usted diga señor Presidente”. En caso afirmativo, que lo compruebe -le toca al gobierno demostrar la culpabilidad de Casar, no a ella aclarar su inocencia- mediante una abundancia de pruebas: registro de ingreso al recinto, copias de identificaciones, agenda del procurador, videos de vigilancia de oficinas, testigos de la reunión, etc. Es binario el asunto: existió el encuentro, o no. Hasta en México se vuelve imposible encontrar una tercera opción. Ese es el camino.

 

* Excanciller de México

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