Por Paul R. Vizcaíno
Los cantos y la música cesaron.
–Siéntense –ordenó el que estaba al frente.
Cuando Raúl se sentó echó una mirada hacia atrás, el lugar estaba abarrotado de gente, todas muy bien acomodadas en las bancas, seis en cada una. Quiso ver los rostros de los que estaban ahí reunidos, pero la mayoría mantenía la cabeza baja, avergonzados de los pecados que habían cometido, temerosos de la furia de la virgen que los observaba desde lo alto del altar. Pero entre toda esa gente vio algo que le heló la sangre.
Ahí, entre los que estaban sentados del lado izquierdo, estaba una persona conocida. De no ser por la vestimenta; pantalón de vestir color caqui, camisa de manga larga color azul cielo y una gorra del equipo de los Petroleros de Salamanca, nunca hubiera asegurado que fuera él. Aquella persona sintió la mirada del que lo observaba y levantó la vista encontrándose con sus ojos.
Fue una pesadilla, era él, sin duda era él, traía las mismas ropas con las que había muerto. Su nombre era Francisco, compañero ruletero. Aquel hombre había muerto después de chocar intencionalmente su taxi contra una barra de contención con el único fin de acabar con la vida de su esposa. Raúl fue el primero en llegar al lugar, el primero que vio el cadáver, llevaba esas mismas ropas.
Se sintió asfixiado, su corazón se comenzó a acelerar. Regresó la mirada hacía el frente solo para descubrir con asombro que el sacerdote no tenía más rostro que unas cuencas oscuras, adornadas por una sonrisa cadavérica que parecía flotar pues no había pedazo de carne o ligamentos que unieran la quijada al cráneo.
Se levantó de su banca alarmado, comenzó a mirar a cada uno de los presentes, ya no eran aquellas personas que vestían sus trajes para el desfile, eran verdaderos muertos vivientes, vistiendo unas ropas mugrientas y roídas que desaparecían en la mayoría de sus extremidades. Aunque gritaba asustado, los cadáveres no prestaban atención al que estaba ahí de pie, mantenían una mirada atenta al que estaba ofreciendo la misa.
Quiso salir corriendo, pero en su desesperación una de sus piernas se atoró con el pedazo de madera acolchado haciéndolo perder el equilibrio, cayendo hacia atrás, en el regazo de la anciana. El olor era terrible, rancio y penetrante, sintió los huesos duros en su espalda encajándose. El rostro piadoso de la mujer ya no estaba, en su lugar había un cráneo con un enorme agujero en la frente, del cual salía una especie de nubosidad negra. Cuando aquella mujer bajó la mirada para observar al que se había caído, Raúl sintió que le robaba el alma, un sentimiento de enfermedad se propagó por cada una de sus células, era como si estuviera absorbiendo los pecados de la mujer.
Como pudo se incorporó, corrió por uno de los pasillos laterales mirando a cada uno de los cadáveres ahí presentes, conoció a otra persona, Don Joaquín, el que había matado a sus dos hijos por un pedazo de tierra. También estaba la señora Ana, con su pañoleta en la cabeza, acusada de ser partícipe en la desaparición de personas, encontrada muerta en una de las esquinas de una colonia conflictiva.
El trayecto se le hizo eterno, pero por fin llegó a las puertas que para su desgracia estaban cerradas. Las golpeó, las pateó, lloró a cantaros y gritó al tiempo que sentía la mucosidad llegándole a la boca, produciéndole un sabor salado. Ahí estaba llorando desesperado como un niño, pero no había nadie que se apiadara de él. Se desplomó en el suelo, resignado a recibir la muerte o a ser llevado en vida propia por los muertos que habían acudido a la misa macabra.
Derrochar tanta energía lo hizo sentirse cansado, él pensó que la hora de su muerte se acercaba, casi era palpable. Cerró los ojos y se dejó llevar.
Fue el sacristán quien lo encontró a las seis de la mañana cuando abrió las puertas del templo. Estaba semi sentado, sus brazos cubrían su rostro. Cuando lo sacudió despertó de un sobresalto seguido de un grito tan fuerte que hizo revolotear a las palomas que dormitaban en el campanario. No dijo nada, simplemente salió corriendo, olvidando el taxi que seguía ahí encendido, sin ninguna infracción o persona que se extrañara de su abandono.
…Muy buenos días tengan todos ustedes, los saluda su amigo Jaime Razo, son las cinco de la mañana y ya estamos acompañándolos en este inicio de semana. Les recuerdo que hoy por la noche estaremos en vivo en la Carroza Infernal contando la leyenda de La Misa Macabra, una leyenda que tiene lugar ni más ni menos que en nuestro hermoso templo de San Agustín, no se la pueden perder. Déjenme decirles que hoy lunes …
FIN