Independientemente de mi gratitud por los meses en que me brindaron un espacio gratuito en su despacho, debo reconocer que el Lic. Torres Espinoza tenía carisma y un aspecto bonachón; atendía a los clientes que llegaban de todo el estado con mucha amabilidad, los escuchaba con paciencia y atención, le entregaban los documentos que traían sobre sus casos, los revisaba en el acto y decidía rápido aceptarlos o rechazarlos, pero también, en el primer supuesto, les fijaba el monto de los honorarios que cobraría y les solicitaba un pago inicial. Su figura, al principio con cierta obesidad, lo caracterizaba, y aunque después fue mucho mayor, le ayudaba a ganarse a sus interlocutores.

Dos días a la semana salía con un chofer ayudante, Emilio López o Mauricio Ramírez, a recorrer los municipios de Guanajuato donde llevaba procesos penales, para revisarlos, presentar escritos y hablar con sus clientes. Algunas veces lo acompañé por el rumbo de San Felipe Torres Mochas, salíamos temprano, a las 8:30 a.m. ya desayunados. 

Íbamos al Juzgado Penal y luego al mercado a comer un huarache con guisado. De ahí a Dolores Hidalgo, para alcanzar un plato de birria con “El Bigotón”, “Vicente Fernández”, y luego al Juzgado Penal. Bajábamos por la Sierra de Santa Rosa a Guanajuato capital, revisábamos apelaciones y amparos y luego a la casa de sus hermanas que tenían una tiendita de abarrotes al lado y nos brindaban unas tortitas de jamón con queso y agua de limón. 

Ya regresábamos a León como a las 15:30 horas, para llegar a comer a casa. La gordura tenía su explicación; en ese entonces llegué a pesar 82 kilos y el Lic. Torres Espinoza me decía a carcajadas que él se encargaría de que llegara a los 100 kilos. No lo logró, emigré antes, cuando ingresé al Poder Judicial Federal.

El paralelismo que identifiqué entre ambos abogados de este relato es que coincidentemente, el abogado Torres Espinoza también hacía esperar a sus clientes presentes mientras dictaba sus promociones para su asunto. Lo que más deslumbraba era cuando dictaba una demanda de amparo de memoria, sin texto, guía, o ni siquiera con la Ley de Amparo en la mano, se sabía todos los fundamentos y su secretaria Hilda Martínez o su secretario Francisco Chávez Loera, lo seguía, inclusive agregando algunas tesis de jurisprudencia que él de antemano les señalaba, de las compilaciones que entonces se publicaban periódicamente del Semanario Judicial de la Federación.

Al terminar pedía a los clientes firmaran la demanda o si era contraorden de aprehensión, la llevaran al pariente oculto y la devolvieran.

A diferencia del Lic. Alpuche, el Lic. Torres Espinoza me compartió su secreto, que consistía en cobrar una cantidad fuerte, normalmente el 50% de sus honorarios, porque según su opinión, nada lejana de la realidad, el primer trabajo de un abogado lleva la mayor parte de la estrategia y solución del asunto. Y con la inercia de su exhibición al dictar, siempre vi que le pagaban esa parte con gusto.

Tenía procesos como defensor por varios municipios, hacía otra ruta por Silao, Irapuato, Salamanca, Valle de Santiago, Abasolo y Pénjamo, o hasta Celaya, Salvatierra y Acámbaro. En San Francisco del Rincón había una pequeña cárcel para veinte o treinta internos en pleno centro y llegó a defenderlos a casi todos, a excepción de cinco o seis que tenían al defensor público gratuito. Jamás he sabido de otro abogado penalista que abarcara tantos asuntos simultáneamente, en toda la región. 

Obvio, logró acumular y fincar un buen patrimonio, pero era muy generoso y ayudaba a sus cuñadas, a sus hermanas y a un hermano. Sin embargo, falleció relativamente joven, creo de 62 años, de un infarto en su hogar al amanecer, consecutivo a diabetes, hipertensión y con una obesidad exagerada. Sus hijas Ximena y Denisse le guardan veneración.

Ambos casos son ejemplos de abogados que no fueron eruditos del Derecho, no tuvieron postgrados académicos suntuosos, ni con estudios especializados rimbombantes o asiduos a conferencias y congresos, simplemente los considero habilidosos con un don natural para ejercer la abogacía exitosamente. Muchos aún los recordamos.

Una observación de mi asistente la Lic. Ma. Fátima Mancilla, es que con el cambio del Sistema Penal al ahora vigente de Oralidad y de corte Acusatorio, por lo complicado de las formalidades que han incluido en el Código Nacional de Procedimientos Penales y la disparidad de criterios judiciales tanto en lo local como en lo federal, ese estilo y número simultáneo de defensas que atendió el Lic. Torres Espinoza, hoy no serían posibles. 

 

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