Joseph Campbell, erudito de los mitos y su función como modelo de conducta, comenta en El héroe de las mil caras: “Los héroes sirven como faros de posibilidad, mostrando que es posible superar las pruebas y tribulaciones de la vida y alcanzar la grandeza. A través de sus historias, los héroes enseñan y refuerzan los valores y aspiraciones de una sociedad.” En el panteón de los ídolos mexicanos Mariano Escobedo ejemplifica virtudes que lo alzaron como uno de los grandes líderes militares liberales, con una abnegación y coraje para superar escollos que parecían imposibles; también, como muestra de las debilidades de todo ser humano, las últimas décadas de su vida se convierten, como lo narra Paco Ignacio Taibo II en su biografía, en una traición a los ideales: “después de tanta terquedad y tanto pudor, te pasaste al enemigo, te dejaste derrotar y te volviste otro, hasta la barba perdió su aire áspero y se volvió una barba partida, afrancesada, y el rostro hosco se tornó complaciente.”
Mariano Escobedo fue, hasta más allá de la mitad de su vida, un héroe casi al estilo del Parsifal medieval: en 1846 es un joven arriero cerril que a los dieciocho años se enrola en el ejército mexicano para enfrentar a los invasores norteamericanos. A partir de entonces, con algunas desmovilizaciones tras las luchas, irá escalando en el bando liberal hasta llegar a la cima de la gloria militar, el sitio de Querétaro, narrado de forma extraordinaria en el núcleo de esta biografía visceral que sin ahondar en aspectos de sus primeras décadas, nos muestra en pocas páginas cómo el héroe puede rendir sus ideales para acomodarse en la estructura del nuevo régimen.
Si la historia de México está plagada de traiciones, el caso de Mariano Escobedo es paradigmático. El general incombustible con décadas de luchas sobre las espaldas, ante el cual se rendirán el emperador Maximiliano y los dos generales grandes conservadores que con él compartieron el pelotón de fusilamiento. El general que se luchó en sus años mozos contra Santa Anna y luego en las guerras de Reforma, el que se escapó de conservadores y franceses, para reorganizar tropas y regresar al campo de batalla. Escobedo, de los pocos que defendió a Lerdo de Tejada y enfrentó a Porfirio Díaz en 1878 para buscar con todos los medios detener la dictadura que pocos auguraban tan larga, se rinde ante el poder conservador y tras su indulto termina en las filas del enemigo como funcionario y gobernante del Porfiriato. El héroe cooptado por el sistema que había combatido, el militar vencido por los laureles, la comodidad de los despachos, las curules en el congreso o las gubernaturas estatales.
El colofón de Taibo no podía ser más elocuente: “por eso nos entra la tristeza al pensarte, al ver como abandonaste este país que entendiste tan mal y por el que sin embargo combatiste con las armas tan bien.”
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