La conversación es un arte de ida y vuelta, pero a veces resulta más útil que alguien pregunte para que otro hable. Fue lo que hice ante el actor catalán Josep Maria Pou, que encandila a los teatros de España como protagonista de El padre. A los ochenta años, Pou asumió con audacia un papel donde encarna la peor amenaza de su oficio: la pérdida de la memoria.
En cada función, el público se rinde con una ovación de pie. Los más conmovidos esperan al actor a la salida para abrazarlo, hablarle de un pariente que padece amnesia o decirle “papá” con voz entrecortada. ¿Cómo se administra esa volcánica entrega de la gente? ¿Aún le importa a un veterano que ha sabido dudar como Hamlet y delirar como Lear?
Pou se entusiasmó con el tema. Descartó de inmediato la opinión generalizada de que el aplauso es el “alimento del artista”. Nadie se puede sentir justificado por una reacción que muchas veces se debe a la cortesía o la imitación maquinal de lo que hacen los demás. “El aplauso es un juicio”, sentenció: “estamos obligados a aceptarlo”.
Con la destreza de quien sabe que la elocuencia es cuestión de ritmo, hizo una pausa; el argumento decisivo vendría a continuación: “El aplauso no es para los actores, sino para lo que pasó en la escena”. Pou lo entendió al leer el poema “Impresiones teatrales”, de Wislawa Szymborska.
Las tragedias de Shakespeare suelen tener cinco actos, pero la poeta polaca considera que lo decisivo está en el sexto: el aplauso, “el resucitar de los muertos en la batalla del escenario”, cuando hasta los degollados dan las gracias. El que tuvo la soga al cuello, el desterrado y la mujer suicida regresan para “unirse en fila a los vivos”. Las diferencias se borran y “el rebelde acompaña al tirano sin rencor”.
Szymborska celebra a quienes desaparecieron a mitad de la obra, los actores de reparto que permanecieron tras bastidores, sin cambiarse la ropa ni quitarse el maquillaje, en espera de reunirse con los demás en el aplauso. Esa paciencia la “conmueve más que los monólogos de una tragedia”.
Cuando el telón cae después de la ovación, aún es posible ver por un resquicio que “una mano se precipita hacia una flor” y otra “recoge una espada caída”. La obra ha concluido, pero no ha terminado. Entonces, una tercera mano, la del arte, nos atrapa por el cuello.
Pou encontró en el poema de Szymborska el significado profundo del aplauso. La anécdota viene a cuento porque el 19 de junio dos imprescindibles hombres de teatro, Arturo Beristain y Luis de Tavira, recibirán el Premio Iberoamericano Ramón López Velarde, que honra a quienes mantienen viva la flama del poeta de Jerez. La nómina de premiados incluye a Juan José Arreola, José Luis Martínez, Martha L. Canfield, José Emilio Pacheco, Guillermo Sheridan, Marco Antonio Campos, Vicente Quirarte, Juan Gelman, Fernando Fernández y Nuno Júdice. Sin embargo, por primera vez se concede a gente de teatro. Los motivos son irrefutables. Hace cerca de cuarenta años, Tavira rindió tributo a López Velarde en un excepcional montaje de Novedad de la patria, protagonizado por Beristain. Y en 2021, con motivo del centenario luctuoso del autor de Zozobra, el propio Beristain dirigió y actuó en Retrato hablado, recital dramatizado en el que el fantasma velardiano comparece en escena.
Eruditos de la talla de Carlos Ulises Mata y Fernando Fernández han señalado las múltiples erratas que hasta la fecha agravian los libros del poeta más discutido de México. Durante los ensayos de Retrato hablado, Beristain encontró un error decisivo en un poema célebre, “El piano de Genoveva”, que había escapado a los especialistas, y restituyó el sentido original del texto. En forma asombrosa, la edición definitiva de López Velarde sigue pendiente. Sin embargo, su voz llega con plenitud a los lectores. Gracias a Tavira y Beristain también ha perdurado en el teatro.
Tanto Pou como Tavira han encarnado con excelencia al personaje principal de El padre. Ambos combinan la actuación con la dirección y reflexionan sin cesar sobre el hecho escénico. Vuelvo a lo dicho por el actor catalán: el aplauso es al arte de la resurrección. Así regresan los muertos de Shakespeare.
El 19 de junio así regresará el poeta muerto a los 33 años. Su memoria será convocada en el Teatro Hinojosa de Jerez. Esa noche, Luis de Tavira y Arturo Beristain darán sentido al acto adicional que inventó su oficio: el aplauso.