Durante un paseo a la ciudad de México, en la mítica calle Donceles, encontré este ejemplar impreso por Editora Nacional en el lejano 5 de noviembre de 1945.
Hacía algunas semanas había disfrutado la extraordinaria puesta en escena en elTeatro del Bicentenario de León del Parsifal de Wagner. Así que, sin ahondar mucho en sus páginas y sin percatarme de que muchas aún estaban intonsas, lo compré por una suma modesta, pues los casi 80 años no habían pasado en balde sobre la encuadernación.
En las noches, armado con una navaja multiusos, me divertía detener la lectura para despegar las páginas como si deshojara una margarita. Escrito en un estilo decimonónico por un francés admirador del gran músico sajón, me sumergía en las vicisitudes del compositor que además de imponer el sinfonismo en Europa, creó un culto a la personalidad muy difícil de igualar, sin el cual Parsifal no se habría representado por primera vez en México casi un siglo y medio después de su estreno en aquel templo bávaro donde permaneció encadenado por décadas.
Más allá de adulterios consumados o no, de maridos cornudos y escapes de los que Wagner, por su carácter o por sus valedores, siempre salía bien parado, me intrigó la devoción del autor, que contrastaba con otros biógrafos, mejor informados y más imparciales. “¡Qué grande este hombre! Ciertamente, tiene defectos terribles, desagradables o ridículos, que lo hacen participar en las debilidades de la naturaleza humana. Pero se rescata de esta servidumbre por la grandeza que su música, su música todopoderosa, no da a conocer completamente.”
Y al investigar sobre Louis Barthou, me sorprendió saber que había sido uno de los grandes hombres del gobierno francés de la Belle Époque; fue presidente del consejo de ministros entre 1913 y 1920. Perdió un hijo en las trincheras de la Primera Guerra.
Durante los años veinte y comienzos de los treinta se hizo cargo de la cancillería francesa, desde donde buscó aislar a la temible Alemania de Hitler (gran fan de Wagner) con el fin de evitar una nueva guerra.
Barthou, además, fue miembro de la Academia Francesa, pues publicó libros de literatura e historia. La vie amoureuse de Wagner (1925) fue precedido por los amores de Victor Hugo (1919) o biografías sobre Mirabeau (1913) y Lamartine (1918).
El martes 9 de octubre de 1934, mientras recibía en el puerto de Marsella al rey Alejandro I de Yugoslavia, fue herido durante el atentado perpetrado por un extremista de derecha. El rey falleció al instante, mientras la turba enfurecida linchaba al agresor y la policía trataba de controlar la situación, el canciller murió desangrado (dicen que caminó media hora para buscar atención médica).
Investigaciones posteriores indicaron que fue abatido por una bala de la misma policía. Fue el primer atentado filmado en vivo y en directo, el video puede verse todavía en las redes (parece hecho con celular). Wagner se sigue representando en todo el mundo y sus seguidores continúan derramando ríos de tinta entorno a su vida. En fin, nunca sabemos a dónde pueden llevarnos los libros.
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JRL