En nuestro entorno político muy mexicano es bien sabido que el régimen desde el siglo XX ha sido y sigue siendo presidencialista, de tal manera que para muchos, a veces para bien o a veces para mal, la relación con un Presidente de la República en funciones puede ser muy nociva o muy benéfica.
Desafortunadamente, por azares del destino hubo un personaje muy exitoso que en la cúspide de su trabajo, con fama, más progreso económico, fue blanco del odio, rencor y obsesión de venganza del Presidente de México en turno, siendo artífice de su destrucción y desgracia.
Me refiero al señor Luis Manuel Pelayo, un histrión del espectáculo muy polifacético y con varias actividades artísticas, como actor de programas de radio y de televisión, incursionando tambien en el cine donde inició su fama con las películas al lado del actor Mauricio Garcés, como su inicial mayordomo a quien endilgó los nombres ficticios de “Sócrates” y “Walter”; no obstante, también trabajó en películas al lado de otros artistas como Pedro Infante o Cantinflas, fue protagonista de doblajes de varias series de televisión, de caricaturas y de personajes de Disney; pero seguramente los amables lectores lo recordarán más por su interpretación radiofónica del personaje de “Kaliman, el hombre increíble”, y como locutor y conductor de los programas de concursos en TV “Juan Pirulero” y después “Sube, Pelayo sube”.
Precisamente con este último programa donde alcanzó la gloria y la fama, también cifró su debacle por circunstancias que ni él se explicó ni aún nosotros desciframos cómo suceden. Paso a recordar y refrescar aquellos tiempos y memoria de quienes vivimos la época de principio de los años 70, donde se proyectaba por las tardes el programa “Sube, Pelayo sube”, obviamente conducido por este artista, quien le dio al clavo con su verdadera vocación y habilidad para dirigir estos programas populares que consistían en diversos concursos con transmisiones en vivo desde un estudio de TV abarrotado y con la gente ansiosa de participar en todos los juegos especialmente diseñados para “ganar algo”, desde una plancha hasta un auto o inclusive una casa; pero de todos ellos destacaban dos, el juego denominado “pa’arriba papi pa’arriba” y el famosísimo “palo ensebado” donde la gente gritaba a coro “¡sube, Pelayo sube!”, mientras los concursantes trataban de escalar una rampa y un palo ensebado respectivamente para llegar hasta la punta y ganar el premio mayor acumulado.
Fue tal el éxito de ese programa que en poco tiempo y dada su popularidad, los productores lo llevaron hacia distintas ciudades de la República mexicana en vivo, en plazas públicas, parques y estadios, verdaderos actos masivos donde la gente iba motivada por ganar los premios que se entregaban, aparte de “salir en televisión”.
Pero no cabe duda de que nada es para siempre y un grupo de los llamados intelectuales coincidieron en diversos medios en emitir opiniones y francas posturas de rechazo y en contra de estos espectáculos de Luis Manuel Pelayo, aduciendo que en realidad se aprovechaba la situación de deterioro económico y de pobreza en México, acrecentada por el notorio desempleo que nos empezó a agobiar con la nueva administración del presidente Luis Echeverría.
Recordemos que después de varios años de progreso con el llamado “desarrollo estabilizador” desde 1954 a 1970 se había erradicado el desempleo, pero ya para mediados del sexenio de Luis Echeverría este había vuelto a golpear duro, a grado tal que ya había relatado en otro artículo que hasta existía en el Código Penal un delito denominado “Vagancia y mal vivencia” que consistía en pocas palabras, en aplicárselo a quien no acreditaba tener trabajo o modo honesto de vivir, de tal manera que el gran maestro penalista don Celestino Porte Petit, propuso la despenalización de esta figura, precisamente porque argumentó que aparte de que el gobierno propiciaba el desempleo y la pobreza, todavía castigaba a quien había perdido su modus vivendi, y de inmediato los legisladores atendieron la recomendación.
Aunado a lo anterior, que ya causaba molestia a Don Luis, la gota que derramó el vaso, según lo relatan los propios familiares de Pelayo y diversos periodistas de la época, fue que en una ceremonia oficial en Teotihuacán, ante gran concentración de acarreados, como solían ser los actos oficiales de Luis Echeverría, al empezar a subir las escalinatas de la Pirámide del Sol, alguno de los presentes comenzó a gritar “pa’arriba papi pa’arriba” y poco a poco fue sumándose la multitud, y pese al notorio disgusto del auto llamado líder tercermundista, los miembros del Estado Mayor no pudieron acallar esa reacción del pueblo.
He leído en algunas otras referencias históricas que en otra ocasión al estar izando la bandera nacional en otra ceremonia, tambien los asistentes gritaron “¡sube, Pelayo sube!” conforme iba ascendiendo el lábaro patrio, lo cual refirió Luis Echeverría era una falta de respeto a los emblemas nacionales (esto no lo he corroborado pues lo ubican en diferentes lugares y ocasiones); pero lo cierto es que sí está confirmado que desde la presidencia de la república se ordenó a los más altos directivos de Telesistema Mexicano el cierre y retiro del programa mencionado.
Las consecuencias para este trabajador del espectáculo fueron funestas y letales, pues aparte de ser despedido de su exitoso programa, al parecer fue “boletinado”, como se dice en el argot político, para que le cerraran todas las puertas laborables y tal situación se prolongó más allá de ese sexenio, posteriormente comentan sus hijos que cayó en gran depresión y fue el inicio de la pérdida de su fortuna, ya nunca volvió a ser el mismo ni a tener el renombre y celebridad que había sido.
Esta experiencia nos da una idea de las consecuencias que puede acarrear para un ciudadano el poder y la ira de un presidente de la república hasta el último día de su mandato.