Los Juegos Olímpicos son inspirador escaparate para el progreso de una humanidad que cada día es capaz de mayor rapidez, altura y fuerza; permiten confrontación amistosa entre países representados por sus mejores jóvenes. Competir, a ese nivel, les ofrece el mejor incentivo para alcanzar nuevos límites.
Los resultados en el medallero reflejan mucho más que lo puramente deportivo. Evidencian la capacidad de cada sociedad para impulsar la práctica de actividades que permitirán un mejor desempeño de sus jóvenes, corroboran su capacidad de detectar talento y apoyar su desarrollo. No es fácil reunir a atletas de 206 países durante dos semanas. Cabe señalar que esa cifra excede a los 193 países miembros de la ONU.
Desarrollar el potencial deportivo de un país requiere de recursos. No es casual que, además de China, los 15 países que más medallas han ganado son todos de alto ingreso. Lograrlo requiere de instalaciones, entrenadores y de una burocracia deportiva competente, pero sobre todo requiere que haya jóvenes que puedan darse el lujo de practicar deporte, lo cual implica cierto nivel de prosperidad, pues implica necesidades básicas resueltas.
La mayoría de los atletas que tan dignamente nos han representado han logrado destacar no gracias al apoyo que han recibido, sino a pesar de la falta de éste, tienen doble mérito. Los casos de nuestras clavadistas, que ofrecían vender medallas previamente obtenidas para financiar su viaje a París, o de las nadadoras que se financiaron vendiendo trajes de baño, deberían darles vergüenza a autoridades deportivas que desde hace tiempo no la conocen.
Se apoya el deporte no para lograr medallas, sino para propiciar buenos hábitos que se reflejarán en una población más sana. Siendo México uno de los países más obesos del mundo, debería ser prioritario hacerlo. Seguimos sin entender que el éxito deportivo internacional exige décadas de hacer las cosas bien. Además, el mundo no nos está esperando, avanza rápidamente. Por ejemplo, no importa quién sea el entrenador de nuestra selección de futbol, el resultado en la próxima Copa del Mundo será, en el mejor de los casos, similar al de copas previas. Hay que empezar por desarrollar ligas locales, detectar y desarrollar talento, fomentar la formación de jugadores de fuerzas menores en equipos profesionales, y quizá en una generación veremos resultados.
El deporte es sólo un microcosmos de lo que nos aqueja en otros frentes. El éxito de mexicanos a nivel profesional, o de las pocas empresas mexicanas de clase mundial, se da no gracias al apoyo recibido, sino a pesar de la falta de éste. Somos un país que invierte 0.5% del PIB en investigación y desarrollo, cuando el promedio en países de la OCDE es 5 veces mayor. Nuestra formación de capital humano es patética, dado el enorme deterioro de nuestra educación pública, más preocupada por adoctrinar que por equipar a nuestros niños. No invertimos en infraestructura moderna, dilapidamos montañas de recursos públicos en obras absurdas, construidas con inmorales sobrecostos, sin transparencia y con flagrante corrupción. Nuestro Estado de derecho va en reversa. Insistimos en quitarles todo recurso legal a empresas e individuos que ya no podrán defenderse de las arbitrariedades de un gobierno crecientemente autoritario, y cada vez protegemos menos los derechos de las minorías. Si a todo ello le sumamos la creciente inseguridad y fortalecimiento de organizaciones criminales, es un milagro que siga habiendo inversión y actividad empresarial.
En estos temas tampoco está esperando el mundo a que nos pongamos las pilas, éste avanza con o sin nosotros. Aquí también, si queremos ser algún día un país desarrollado, capaz de brindarles a nuestros jóvenes las oportunidades que merecen, tenemos que empezar por educar, forjar Estado de derecho e instituciones, desarrollar infraestructura e invertir en investigación, con la esperanza de que quizá en una generación recojamos frutos.
Ojalá dejemos de ser algún día el país del “a pesar de”, para volvernos el de “gracias a”. Quisiera vivir para verlo.
@jorgesuarezv