La llama olímpica se apagará este fin de semana en una de las escenografías deportivas más memorables de todos los tiempos. Tras la excepcional inauguración que dejó boquiabierto a todo el mundo con la utilización de la Ciudad Luz como plató monumental, los pobres habitantes de la antigua Lutecia esperan retomar su vida cotidiana. Nada más acorde para quienes deseen revisitarla que esta novela del francés Raymond Queneau, publicada con rotundo éxito en 1959 gracias a su alocada protagonista infantil, su tío y compinches de juerga que a través de situaciones absurdas, se desplazan por las calles de un París ahíto ya por entonces de turistas. 

La pequeña Zazie es un cruce avant la lettre de la precoz Mafalda y los procaces personajes de South Park. Proveniente de un pueblo de provincia, llega a París por un par de noches a cargo de su tío (quien perfomancea en un bar gay) y pone todo patas arriba. La obsesión de Zazie es conocer el metro, el que va por debajo de tierra, pues el elevado no le llama en absoluto la atención. Su rebeldía pondrá a prueba al tío y su pareja, como a sus amigos en eventos disparatados y diálogos jocosos, donde Queneau juega con el lenguaje hablado, la gramática y las convenciones sociales. De prestidigitador lo califica Ariel Dilon, quien celebra esa lengua “proteica, omnívora, gozosa, que desconoce fronteras”. La Zazie que cayó en mis manos (Ediciones Godot, 2020) me parece aún más divertida y mutante porque fue traducida por el ya mencionado argentino con modismos y formas del castellano porteño. 

En su momento, el cineasta Louis Malle tampoco pudo resistir al encanto de esta niña malhablada y caprichosa que envuelve en su voluntarioso torbellino a quien se le atraviesa. Al año siguiente de la publicación de Queneau, rodó la película homónima. En una encuesta publicada por el diario Le Monde en 1999, Zazie fue clasificada como la 36 entre las cien mejores novelas del siglo XX. Y es que esa pequeñaja que antes del movimiento hippie desea vestir bluyines (y los consigue), y que discurre por las calles como un adulto, no ha dejado de tentar a posteriores realizadores; este año se estrenó en Amiens una comedia musical con la dirección de Zabou Breitman y la música de Reinhardt Wagner.

Para quien conozca previamente a Queneau por sus Ejercicios de estilo y algunos de sus poemas o textos emanados de su grupo de experimentación literaria OuLiPo, Zazie en el metro puede ser un descubrimiento tan grato como desternillante.  

 

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