Por Marco Antonio Díaz Valdés

En la mañana del 27 de marzo de 1495 más de diez mil taínos, armados con lanzas de cobre y liderados por Manicatex, lucharon contra Cristóbal Colón y un ejército que apenas superaba los dos mil efectivos, y solo cuatrocientos de ellos contaban con rifles. La batalla fue feroz pero lograron repeler las fuerzas taínas, bastó una sola confrontación directa y una expedición por toda isla para conquistarla.

Guacanagarix, como muestra de su lealtad hacia sus nuevos amos le hizo entrega de la lanza sagrada de Manicatex, que antes le pertenecía a Caonabao. Quien la portara tendría máxima autoridad sobre los cinco cacicazgos. Era una lanza con punta de acero y dientes en los filos, altamente decorada con oro y piedras de jade. Una cabeza de una serpiente tallada magistralmente en obsidiana con decoraba el pie del mango. Durante una cena en la que celebraban su victoria, el cacique narró el origen de la lanza: un regalo del emperador Itzcóatl cuyo nombre fue interpretado como “Serpiente de piedra volcánica”.  Colón estaba seguro de que ese tal emperador serpiente no podría ser otro que el emperador del Gran Ming que tanto había leído de los viajes de Marco Polo. Lo que robaba la atención del gobernante genovés era una extraña ave que los taínos llamaban “Huexo”, la cual criaban como si se tratara de un ave de corral y calculaba que era entre 5 y 10 veces más grande que una gallina, por lo que ésta formaba el banquete principal en la fiesta.

En domingo del 31 de marzo, tras oficiar una misa a los caídos, se les dio santo sepulcro. Guacanagarix, junto con otros taínos, irrumpieron a mitad de la ceremonia para llevarse los cuerpos a una pira funeraria que habían construido a las afueras del fuerte La Isabela. Los colonos se lo impidieron y se formó un revuelo que sólo se calmó a la llegada de Colón acompañado por Ramón Pané. Guacanagarix, con gran sumisión pero con mayor temor, le suplicó al gobernador genovés que era necesario cremar a todos los muertos. Ramón Pané le tradujo esta súplica y Cristóbal le respondió con una mueca de disgusto por lo que el cacique procedió a contarle la historia de “la enfermedad de la serpiente”: El gran rey emplumado, por temor al fuego, ordenó que a su muerte se le enterrara con todas sus posesiones; los dioses como castigo cubrieron la piel de todos los habitantes del reino con horribles escamas por fuera y fuegos implacables por dentro. Los dioses sólo aplacaron su ira cuando la humanidad volvió a incinerar a sus muertos, aunque casi nadie recordaba el reino del rey emplumado.

Al culminar el relato, Colón lo pensó por unos instantes y ordenó una junta en su casa. Al iniciar la reunión, Ramón Pané les contó de la historia de “la enfermedad de la serpiente” y describió con lujo de detalles de cómo el semblante del cacique taíno se aterraba conforme avanzaba en su historia.

– … por lo que, nos advierte, es necesario cremar a nuestros caídos. –Concluyó el monje.

–¿Quemar? ¿Quemar a nuestros muertos? ¡Sacrilegio! – Respondió el fraile Bernardo Boyl.

Esta historia fue tomada de distintas formas, fray Bartolomé de las Casas fundamentó que las tradiciones orales suelen estar basadas en historias reales y deberían tomar esta historia como una advertencia seria. Por otra parte, los simpatizantes del fray Bernardo declararon que la cremación era una aberración a los ojos de Dios. Cristóbal tenía la mente más ocupada en cómo llegar a la India que en prestar atención a las prioridades de los ritos funerarios de ambas partes, por lo que decretó para evitar conflictos que a los taínos se les permitiría la cremación hasta que se convirtieran al cristianismo. [Continuará]

Marco Antonio Díaz Valdés vive en Irapuato gusta escribir en los géneros histórico y fantástico. Hace parte del taller de escritura creativa del IMCAR. 

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