Con enorme placer leí el libro “Isabel II: vida de una reina, 1926-2022”, escrito por Robert Hardman. Este extenso volumen de más de ochocientas hojas es considerado “la biografía definitiva”. Siempre he tenido una gran admiración por esta persona, su compromiso con el cumplimiento del deber y de sus obligaciones me parece digno del más alto reconocimiento y admiración. Fue educada para ser reina de su nación y cumplió de modo ejemplar esta encomienda llena de dificultades y sacrificio personal. Debido a su cargo se vio obligada a vivir como una persona que claramente no podía tener una vida como la de cualquier otra persona.
Muchas cosas que para cualquiera de nosotros es “normal” para ella era imposible. Desde salir a caminar a una calle, tomar su auto y visitar cualquier pueblo cercano, entrar a una cafetería o a un restaurante cualquiera, conocer de modo espontáneo a personas, entre mil otras cosas, le estaba vedado. Por su cargo en la monarquía debía mantener una vida privada de reclusión que para la mayoría de la gente sería insoportable. Ella lo aceptó, seguramente debido a que desde pequeña entendió con claridad que esa era su función, y que no podría (y no debía) en ningún momento decir cosas absurdas como: “Ya me cansé de ser reina y de no poder salir y tener una vida normal”, o expresiones parecidas. Esto lo aplicó tanto a su función pública como a su matrimonio.
Todo esto contrasta con la vida moderna en la que cualquier persona abandona (frecuentemente con el aplauso y beneplácito de quienes le rodean) cualquier obligación que no le hace feliz, que no le satisface o de la que ya se cansó, sin importar que se lleve entre los pies a su nación, a su familia o a sus hijos. Como ejemplo de esto podemos recordar sus palabras al cumplir solamente veintiún años de edad, palabras que independientemente de todos los problemas que vivió, respetó toda su vida hasta el final: “Declaro ante todos vosotros que toda mi vida, sea corta o sea larga, estaré a vuestro servicio y al servicio de la gran familia a la que pertenecemos”. La gran familia a la que hace referencia era el Reino Unido y las naciones de la Commonwealth.
El libro relata de modo encantador infinidad de anécdotas con todos los líderes y personajes significativos de la segunda mitad del siglo veinte; Churchill, De Gaulle, Kennedy, Gandi, Mandela, Yeltsin, Regan, Bush, Clinton, Merkel, Obama, Trump, Biden, etc., en un desfile simplemente extraordinario. Por ejemplo, al narrar la celebración del cincuenta aniversario del desembarco de Normandía del 6 de junio de 1944, el llamado día D, en compañía del presidente Bill Clinton y de su esposa Hillary, así como de numerosos lideres del mundo como Lech Walesa de Polonia y muchos otros, describe la molestia del ministro de Defensa del Reino Unido, por la poca puntualidad del presidente Mitterrand. El ministro de Defensa llamó a su homólogo francés para decirle que si el presidente Mitterrand obligaba a posponer más las cosas, tristemente la reina Elizabeth no tendría tiempo para asistir a la ceremonia posterior organizada por el gobierno francés, finalmente Mitterrand llegó, muy tarde pero llegó, sin embargo al día siguiente Mitterrand no asistió al gran acto del día con los veteranos británicos en donde miles de ex soldados se juntaron en la playa de Arromanches decididos a marchar detrás de su reina por la arena en donde hace cincuenta años todo había ocurrido. Entonces el esposo de la reina, el príncipe Felipe, debido a que nuevamente Mitterrand no llegaba y la reina Elizabeth II esperaba, saltándose toda formalidad diplomática exclamó una frase memorable: “¿Quién demonios se cree que es? ¿El rey Canuto?”. Entendiendo al momento, el sargento mayor británico de la Real Academia Militar de Sandhurst sin más espera inició la operación y anunció a viva voz: “Ocho mil cuatrocientos ochenta y dos veteranos en el desfile, Su Majestad”, y se procedió al festejo. Probablemente una forma de entender esta situación es el complejo de inferioridad francés en asuntos militares, por lo menos en lo tocante a la segunda guerra mundial en donde el papel del ejército francés fue mínimo, o al menos nada comparable con el realizado por los Estados Unidos, el Reino Unido y la Unión Soviética. De hecho, se ha dicho que desde las campañas napoleónicas no se ha visto al ejército francés en grandes campañas militares victoriosas. Seguramente Mitterrand estaba muy consciente de esto y arrogantemente prefirió no aplaudir a los ejércitos que desembarcaron en Normandía el día D, para pelear contra Hitler y además liberar a Francia.
Otra anécdota memorable es la visita del dictador rumano Nicolae Ceausescu y su esposa Elena al palacio de Buckingham en 1977. Dado que esta pareja ya había anteriormente visitado París, el presidente francés Giscard d’Estaing habló a Buckingham para advertir que el dictador rumano y su comitiva eran una pandilla de truhanes: No solo se trataba de un “dictador en mayúsculas” sino de unos ladrones que desvalijaron sus habitaciones en el Palacio del Eliseo. Advertidos de esto en Buckingham dejaron solo lo mínimo necesario en las habitaciones. Adicionalmente la esposa de Ceausescu llevaba tiempo afirmando que ella era una química de renombre internacional, de lo cual no había ninguna prueba, y solicitaba que alguna institución británica le otorgara un grado “honoris causa”. El aprieto del personal de Palacio en Londres fue formidable, contactaron a las Universidades de Londres, Oxford y Cambridge, entre otras algunas otras, quienes categóricamente respondieron que de ningún modo le podían otorgar ningún reconocimiento a esta señora. Finalmente, la Universidad Politécnica Central de Londres acepto otorgarle un “título honorífico de licenciatura”.
Otra situación incómoda se dio durante un viaje a Kuwati en donde la reina encontró que, debido al código islámico, todas las mujeres habían sido eliminadas del programa a excepción de ella y sus dos damas de compañía. El periódico británico Daily Express con sarcasmo detalló el viaje señalando al final que: “el anciano Jeque con cincuenta esposas seguramente era el hombre que tenía el día de San Valentín más problemático del mundo”.
Aunque nunca se señala qué líderes le agradaban más a la reina o cuales no, por el texto algo se puede inferir. Por ejemplo, a Donald Trump, personaje famoso por no leer, le obsequió al terminar la visita una primera edición de “La Segunda Guerra Mundial” de Churchill.
En el 2015 en una cumbre ante todos los lideres europeos, recordando la unificación de Alemania, la reina rindió homenaje al padre fundador de la Alemania Occidental moderna, al iniciar su discurso y ante el asombro de todo mundo una de sus primeras frases fue: “Como le dije a Konrad Adenauer…”. Su trayectoria era superior a la de cualquiera de los asistentes.
El exquisito sentido del humor de la reina queda plasmado en varias páginas, por ejemplo, en la cumbre del G7 de 2021, pocos meses después de que su esposo había fallecido, ella insistió en estar presente. Todos los asistentes por respeto al duelo de la reina mostraban gran seriedad, pero al momento de tomar la foto oficial del evento ella rompió el hielo diciendo “¿No se supone que tiene que parecer que se la están pasando bien?”.