En una estampida ninguna fuerza puede detener a quienes corren de un peligro real o imaginario. Sucede con búfalos, caballos y hasta con los inversionistas cuando hay gran incertidumbre sobre sus valores. 

Eso puede suceder en los próximos días sin que nos demos cuenta cuándo comienza. Es curioso cómo los fenómenos de percepción en la fauna son parecidos a los humanos. El miedo colectivo se apodera del sentimiento de un grupo y la huida llega a tropel. 

Las condiciones de percepción del país se deterioran deprisa con una devaluación del 15% en apenas unas semanas. El termómetro del miedo es el precio del dólar. Morena, al actuar en forma irracional e irresponsable con la idea de desechar el actual Poder Judicial, pone los pelos de punta a inversionistas, ahorradores, empresarios y fondos extranjeros que hace unos días tenían confianza.

Si el dólar rompe la barrera psicológica de los 20 pesos, podríamos tener una estampida en la que debiera intervenir el Banco de México. El problema es la confianza. Muchas veces se rompió en el pasado cuando los gobernantes tomaron decisiones erróneas, por no decir estúpidas. Luis Echeverría rompió el cochinito, hizo que el Banco de México (sin autonomía) imprimiera dinero para financiar el déficit público. El peso reventó de 12.50 a 17 pesos en una jornada. Con José López Portillo el problema se amplió. La estatización de la banca rompió la poca confianza que quedaba. Vino el control de cambios, los mexdólares y el país sufrió un sexenio de estancamiento con Miguel de la Madrid. 

Carlos Salinas de Gortari fue un mago al recuperar la confianza y el entusiasmo por invertir en un México que abrió las puertas al mundo. Pero se equivocó también al final del sexenio. Cuando mataron a Luis Donaldo Colosio no devaluó el peso y entregó una bomba que explotó en manos de Ernesto Zedillo. En 1995 sufrimos terribles consecuencias, pero, gracias al talento del presidente, el país reencontró el orden administrativo y de nuevo el crecimiento. Entregó magníficas cuentas con un año 2000 que creció al 7% y sembró la estabilidad macroeconómica por más de dos décadas. Eso se puede perder en pocos días. 

Los fines de sexenio son nerviosos, la gente espera a ver las cartas del nuevo gobernante y su equipo. El discurso de arranque es fundamental. En los 38 días que faltan para que se vaya López Obrador pueden suceder muchas cosas desagradables. Con un Poder Judicial acosado, insultado y en vía de extinción; con la sensación de que regresamos a la “dictadura perfecta” pero recargada, las condiciones de riesgo aumentan aceleradamente. 

Cómo un banco puede financiar un gran proyecto de cientos o miles de millones de pesos si no tiene la certidumbre de que habrá un sistema judicial que haga respetar los contratos, que garantice la legalidad y la justicia en caso de incumplimiento. El dinero empieza a reducir su velocidad de circulación, la economía se enfría, viene una recesión. La nueva presidenta puede arrancar con el viento en contra, por no decir con el pie izquierdo. 

Escuchamos a nuestro alrededor voces de nerviosismo que preguntan una y otra vez: ¿qué sucederá? La solución será que paren el ferrocarril de malas decisiones antes de que caiga en un abismo. Lo mejor: detener en seco la sobrerrepresentación en el Congreso. Eso nos mantendría a salvo de esta locura. 

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