Lamberto Maffei, médico neurobiólogo y humanista italiano, inicia su Alabanza de la lentitud con una pintura que adorna el techo del anexo de la sala de Hércules del Palacio Viejo de Florencia. El arquitecto y pintor Giorgio Vasari en uno de los rosetones ideó una tortuga acosada por cinco personajes alados; dos de ellos la empujan por detrás y un lado, otro la pincha con una vara, otro la jala de un lazo atado a su cuello. El último, de pie sobre su caparazón, como un mástil, extiende un lienzo para imitar a las velas que por entonces propulsaban las embarcaciones. Todos quieren que la tortuga avance más rápidamente, pero esta mantiene su paso lento y seguro según la divisa en latín Festina lente, que traduce algo que ahora puede sonarnos por completo irracional o, por lo menos, contradictorio: apresúrate con lentitud. 

Maffei expone en su libro los estragos del pensamiento rápido en nuestra sociedad actual, tan acostumbrada a los saltos, influida por una velocidad cómplice del olvido, que nos lleva a repetir los errores del pasado. Comenta el autor, “el pensamiento rápido, tan importante para eludir peligros, puede enmascararse y convertirse en embeleco, en una sirena que nos dirige a metas inexistentes, cuyo canto, difundido por los medios, resulta fascinante para algunos, aunque para otros (los de pensamiento lento) parezca irracional y absolutamente carente de poesía”. Y no sólo debemos pensar en la inexistencia de ciertas metas, también en lo perjudiciales que éstas pueden ser para el conjunto de la sociedad. 

2024 no sólo ha sido un año electoral que permanecerá en la historia nacional tras los resultados apabullantes que obtuvo la izquierda en México, donde a pesar de todo el PAN en Guanajuato logró retener el poder por un sexenio más. El interregno, tanto presidencial como para la gubernatura del estado, se antoja la antítesis de lo pregonado por Vasari y retomado por Maffei: una carrera absurda por imponer cambios o negocios de muy dudoso beneficio para los gobernados. 

La nueva y aplastante mayoría en el Congreso de la Unión iniciará sesiones en una semana y le quedará un mes para concretar reformas muy arriesgadas dentro de la estructura de los poderes del Estado. La tortuga, arreada de mala manera, no augura que los cambios brinden certeza jurídica o resultados mejores a los pobres que ya se obtienen. La única consigna que se esgrime es que todo debe cambiar en el papel antes de que el gran reformador entregue la banda presidencial a su sucesora. 

En un remedo cada vez más burdo de su némesis, el gobernador Diego Sinhué Rodríguez Vallejo, ha realizado maniobras cada vez más deplorables con la prisa de sellar negocios o cambios antes de entregar el cargo a Libia Denisse García. Por ejemplo, solicitar la extinción del Fidesseg para disponer de mil doscientos millones de pesos cuya aplicación, según lo pactado durante su administración, sería auditada por el sector empresarial del estado. O licitar de forma exprés, y a un solo postor (el consorcio VISE-Rubau) la autopista Guanajuato – San Miguel de Allende por un monto que según los cálculos de algunos deja mucho que desear, pues por muy poco le entregaría al único oferente privado la explotación de la caseta Silao-Guanajuato. Para una obra de estas características se requiere más tiempo y estudio, además de más postores de dónde escoger.

Nos queda un mes de prisas y sobresaltos, de discursos que siempre harán relucir el apoyo de las mayorías a proyectos que auguran más perjuicios. Los mercados y la cotización del peso mexicano ya lo resienten. 

En la vorágine que no cesa, veremos si en unos años o décadas quienes sobrevivan recordarán las obras realizadas como fruto de la reflexión, planeación, el respeto a la crítica o, por lo menos, no estarán endeudados pagando los exabruptos de sus antiguos gobernantes. “El grado de velocidad es directamente proporcional a la intensidad del olvido”, comentaba Kundera en su novela La lentitud. Y el olvido cuesta caro.

 

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