Lo intentaron con políticos, con financieros, con economistas. Con funcionarios de carrera honestos y con otros de mala fama. Lo intentaron con especialistas en energía, con empresarios con visión de mercado y hasta con un agrónomo. Todos fracasaron en sacar a Pemex del hoyo.
Por eso, cuando la presidenta Claudia Sheinbaum anunció que un académico será el próximo director general de Pemex, el nombramiento tuvo una recepción amable. Lo va a intentar con un académico: Víctor Rodríguez Padilla, maestro y doctor en Energía, con postdoctorados y varios galardones nacionales e internacionales.
El problema fue que, en su primera comparecencia ante los medios de comunicación, el futuro director general de Pemex mostró un preocupante diagnóstico sobre la empresa petrolera que va a dirigir. En contra de lo que dicen los analistas, los especialistas, los inversionistas, los académicos, los proveedores, los ingenieros petroleros, las empresas internacionales, las calificadoras de riesgo y los bancos de inversión, dijo que Pemex “no está tan mal como piensan”. Que es una exageración de la prensa (y por ende, de todos los enlistados anteriormente).
La declaración ya era para levantar las cejas. Súmele que se trepó al tren de la narrativa favorita del régimen: todo es culpa del modelo neoliberal del pasado. Y ya para rematar, dijo textualmente: “En los últimos seis años hemos rescatado a Petróleos Mexicanos”.
¿Ese es realmente el diagnóstico con el que entra la administración Sheinbaum? ¿El gobierno de los científicos también adopta el modelo de los otros datos? No se puede curar a un enfermo sin un buen diagnóstico. Y Pemex es un enfermo casi terminal. Las primeras palabras del futuro director de Pemex no parecen las de un funcionario conocedor y profesional, son más como la arenga político-motivacional de un animador del club de los optimistas.
El doctor Rodríguez presumió que en este sexenio se aumentó la producción de petróleo de 1.6 millones de barriles al día a 1.8. Lo que no dijo es que este aumento fue de 2020 a 2023, porque en 2018 estaba en los mismos 1.8 y lo llegaron a bajar al 1.6. Tampoco confesó que la promesa del presidente era llegar a producir 2.6 millones.
Por si fuera poco, el futuro director general de Pemex declaró que se redujo significativamente la deuda de Pemex. Para que le salieran las cifras: infló artificialmente la deuda recibida. Maquilló las cifras, pues. En realidad, en este sexenio la deuda se redujo apenas en 5%, a pesar de que el gobierno le inyectó 2 billones de pesos (equivalentes al 100% de su deuda). No dijo nada del dinero que se tiró a la basura. No dijo que la refinería de Dos Bocas costó más del doble de lo presupuestado, que demoró casi el triple del tiempo en hacerse y aún no funciona.
Y mientras el futuro director pintaba este panorama, invertir en Pemex es considerado internacionalmente como un peldaño antes de tirar el dinero, un peldaño antes de los “bonos basura”.
Lástima. Su diagnóstico deslava cualquier optimismo que haya despertado su nombramiento.
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