No recuerdo cómo cayó en mis manos este ejemplar editado por Catarata en 2008 como parte de la colección para animación de la lectura (así lo llaman en España) de la Federación de Trabajadores de la Enseñanza (FETE-UGT), un sindicato desaparecido la década pasada que (no se sorprenda quien esté a este lado del Atlántico) participaba también mediante la publicación de textos especializados en fomento del hábito lector. Rodríguez Abad proviene de la isla de Tenerife, en las Canarias, es autor de más de cincuenta libros y ha dirigido numerosas obras de teatro, tanto clásicas como de creación propia. Ha trabajado como profesor en diversas facultades, incluyendo Educación, Periodismo, Historia, Filología y Empresariales, y ha sido profesor invitado en instituciones como la Universidad de Castilla-La Mancha y la UNAM en México. 

Su libro compendia una lista envidiable de ejercicios para transformar el aula en un laboratorio donde los asistentes aprenden a leer con todo el cuerpo y potencian su capacidad para asimilar y recrear lo leído. “Desencadenar la creatividad es potenciar al ser humano”, dice el autor y cita a Rodari, “no para que todos sean artistas, sino para que nadie sea esclavo”. 

Leer no sólo debe ser un acto solitario y silencioso. Cualquiera que haya presenciado una buena obra de teatro o leído un buen texto en voz alta puede tomar conciencia del poder de la palabra. Una buena lectura permite al texto desencadenar todo su poder, ir mucho más allá que la simple decodificación de signos. Compartir las lecturas y potenciarlas a través del juego y la reinterpretación forman las bases de la propuesta integral de Rodríguez Abad, que se apoya también en una útil lista de recomendaciones que abrevan del teatro clásico, romántico y moderno. 

Cierro con una cita de Federico García Lorca que encabeza uno de sus capítulos:

“Un pueblo que no ayuda y no fomenta su teatro, si no está muerto, está moribundo; como el teatro que no recoge el latido social, el latido histórico, el drama de sus gentes y el color genuino de su paisaje y de su espíritu, con risa o con lágrimas, no tiene derecho a llamarse teatro, sino sala de juego o sitio para hacer esa horrible cosa que se llama matar el tiempo.”

Ojalá nuestros sindicatos del magisterio se preocuparan por editar este tipo de libros…

 

Comentarios a mi correo electrónico: panquevadas@gmail.com

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