En el año 2022, datos proporcionados por Coneval revelaron una marcada brecha en la distribución del trabajo no remunerado en el hogar. Se observó que las mujeres ocupadas de 16 años o más dedicaron en promedio 26 horas semanales al trabajo doméstico, mientras que los hombres destinaron solo 11 horas semanales a estas labores. Lo anterior nos indica que hay una diferencia de 14.4 horas dedicadas al trabajo doméstico entre ambos sexos, donde las mujeres asumen una carga significativamente mayor en términos de responsabilidades domésticas.
En pleno siglo XXI, en un mundo donde se lucha por el progreso y la equidad, persiste un estigma arraigado que sigue pesando sobre las mujeres: la asignación automática de las labores del hogar como su responsabilidad primordial. Esta expectativa culturalmente arraigada de que las mujeres deben encargarse principalmente de las tareas del hogar es una carga que muchas llevan sobre sus hombros, limitando sus oportunidades de desarrollo personal y profesional.
A pesar de los avances en igualdad de género, sigue habiendo una asignación de tareas en función del género. Desde una edad temprana, las niñas son socializadas para asumir estas tareas como parte inherente de su identidad femenina. Se les enseña a cocinar, limpiar y cuidar a los demás, mientras que a los niños se les alienta a perseguir sus sueños y ambiciones sin las mismas limitaciones domésticas.
La brecha en la distribución del trabajo doméstico es influenciada por una serie de factores interrelacionados y determinantes, que al final terminan por ejercer una presión significativa sobre las mujeres para que cumplan con estos roles tradicionales, incluso cuando desean o necesitan perseguir sus propias metas y aspiraciones personales.
Esta disparidad no solo afecta el día a día de cada una de nosotras, sino que también deja una huella profunda en nuestro desarrollo personal, educativo y profesional. La presión para cumplir con los roles tradicionales del hogar frecuentemente coloca a las mujeres en una encrucijada, donde deben tomar decisiones difíciles entre dedicarse al cuidado del hogar o perseguir sus propias metas y aspiraciones personales. Esto puede llevar a muchas mujeres a renunciar a oportunidades educativas, laborales y personales que podrían haber sido fundamentales para su crecimiento.
Aquellas que optan por priorizar las responsabilidades del hogar pueden experimentar sentimientos de insatisfacción y frustración en su desarrollo personal y profesional. Por otro lado, aquellas que deciden perseguir sus aspiraciones personales pueden enfrentarse a críticas sociales, presión familiar y obstáculos institucionales que incluso pueden afectar su salud mental.
Además, esta dinámica contribuye a perpetuar la desigualdad de género en múltiples niveles. Las mujeres que se ven obligadas a sacrificar sus oportunidades educativas y laborales muchas veces están en desventaja en términos de acceso a recursos, autonomía financiera o bien, se encuentran envueltas en cuestiones sociales que limitan su elección. Esto crea un ciclo que afecta, no solo a las mujeres individualmente, sino también a la sociedad en su conjunto.
Es necesario desafiar este estereotipo arraigado y promover una redistribución equitativa de las responsabilidades del hogar. Cuando las mujeres tenemos la libertad de seguir nuestros sueños sin la carga de las expectativas sociales, todos y todas nos beneficiamos de nuestra contribución.
La igualdad de género va más allá de simplemente implementar leyes y políticas; requiere un cambio cultural profundo en la percepción y valoración de los roles de género en la sociedad. Para alcanzar una igualdad real, es necesario cuestionar las normas sociales arraigadas que perpetúan la desigualdad de género y crear un entorno que fomente la equidad y la inclusión. Esto implica modificar las estructuras institucionales y legales, y transformar las actitudes y creencias arraigadas en la sociedad.
Si bien, estas creencias no cambiarán de un día al otro, es necesario que desde nuestras trincheras desafiemos estas normas sociales, que cuestionemos los estereotipos de género y los roles tradicionalmente asignados a hombres y mujeres. Debemos rechazar la idea de que ciertas actividades o profesiones son exclusivas de un género y reconocer que todas las personas tienen habilidades, talentos y aspiraciones diversas, independientemente de su género. Asimismo, debemos abogar por la valoración igualitaria del trabajo doméstico y de cuidado, reconociendo su importancia y compartiendo equitativamente estas responsabilidades entre todos los miembros de la sociedad.
En este sentido, fomentar un ambiente donde todas las personas tengan las mismas oportunidades y libertades para desarrollarse plenamente requiere un compromiso colectivo y continuo. Esto implica promover la educación en igualdad de género, fomentar la participación equitativa de hombres y mujeres en todos los ámbitos de la sociedad y eliminar las barreras que impiden el acceso igualitario a la educación, el empleo y otras oportunidades.
Referencias:
CONEVAL (2022). Sistema de Información de Derechos Sociales (SIDS). Indicadores de desigualdad de género.
Incubadora Míticas impulsa a mujeres en el ámbito público y privado hacia puestos de liderazgo y toma de decisiones, a través de tres ejes: individual, institucional y de incidencia. Tiene una red de mujeres profesionistas y un programa de mentorías; da servicios de consultoría a instituciones para promover la diversidad, igualdad e inclusión e incide en la opinión pública y en la creación de políticas públicas para promover la equidad de género.
Puedes conocer más en https://www.incubadoramiticas.com/ y en https://www.instagram.com/incubadoramiticas/
Esta columna editorial es parte de un piloto para sumar voces jóvenes y frescas, con nuevas perspectivas, a la sección de opinión de AM.
¿Nos regalarías 2 minutos para compartirnos que piensas de esta columna? Por favor haz clic aquí para responder.
Gracias de antemano – Antonio Lascurain, Subdirector Editorial